Desde mi más tierna infancia, el Teatro Pérez Galdós permanece asociado a mi memoria. Cuando era aún un puber, no había año que no recibiéramos en casa, con curiosidad, aquellas entrañables fotografías, que todavía conservo, de las fiestas de fin de año que allí se celebraban. Asistía a ellas la sociedad de Las Palmas. Todavía no tenía edad para acceder al interior de nuestro coliseo, pero ya esas imágenes me transportaban a un espacio donde algo mágico sucedía. Eso intuía yo.
Más tarde, cuando empecé a tener uso de razón, aunque aún no estoy muy seguro de qué es eso, por fin accedí al interior de aquel misterio que mi imaginación había sublimado. Era la asistencia, de la mano de mi padre, a representaciones y conciertos, lo que me llevaba al Teatro Pérez Galdós, pero en el interior de este coliseo la iconografía simbolista de Néstor de la Torre, aquella voluptuosidad de las formas que se desplegaban ante mí sobrepasaban lo que yo había imaginado.
Algo empezó a estremecerse dentro de mí.
Pasados los años, a inicios de los setenta, cuando yo aún era un imberbe e ingenuo artista, conocí a Martín Chirino en sus venidas a su ciudad natal, en sus paseos por Las Canteras, al reencuentro con amigos que se quedaron, a su descubrimiento de que algo empezaba a cambiar en el mundo cultural de Las Palmas. Eran tiempos difíciles pero ilusionantes.
Recuerdo que un día le pedí que me acompañase a mi estudio a ver mis trabajos. Inmediatamente, y con la generosidad que le caracteriza y desborda, accedió sin miramientos. Después vinieron nuestras visitas al Barranco de Balos, a la Cueva Pintada, etc…, y, desde aquel día, en mi estudio de la calle Juan de Quesada, establecí con Martín Chirino una relación de amistad, de respeto y reconocimiento a su persona y su obra que hasta hoy perdura.
En esta nueva andadura del Teatro Pérez Galdós, con la renovación de su caja escénica, con la adaptación de sus infraestructuras a los modernos modos de operar y entender el espacio escénico, así como con la dignificación de su entorno urbano, es un orgullo y un lujo para esta ciudad, que la obra de Martín Chirino, representada aquí en estos dibujos preparatorios del logotipo de este nuevo Teatro, formen parte del patrimonio de todos los ciudadanos de Las Palmas y compartan, junto con la obra de Néstor, la iconografía plástica de nuestro amado coliseo para que este “Universo del bosque Atlántico” sirva también de inspiración a las nuevas generaciones.
Gracias, Martín.
Leopoldo Emperador, febrero de 2007
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