Como en experiencias anteriores, la creación y posterior desarrollo urbano en torno a una infraestructura vial con las características de la circunvalación, nos demuestra que lo que actualmente está aún en proceso de ejecución nos parece un mero cinturón de asfalto, unos nudos de distribución del tráfico y poco más. La realidad cierta es que en un futuro no muy lejano la circunvalación condicionará de tal manera la vida de la ciudad alterando la concepción que de ella actualmente tenemos que es preciso desde ya, contar con la escala humana que va a adquirir y tener en cuenta, principal y fundamentalmente, cómo se insertará el ciudadano en ella como destinatario que es en última instancia. En torno a esta vía se desarrollarán núcleos urbanos e industriales que van a hacer impacto sobre el medio ambiente y sobre la apreciación que el ciudadano va ir adquiriendo de ello a medida que se vaya desarrollando, y el hábitat circundante se irá degradando a una, digamos, “estética” puramente técnica y funcional, alejándolo una vez más de la escala sensible humana y abocando al ciudadano a un embrutecimiento estético y a una concepción utilitaria de su entorno en función de un consumismo material y de una cultura espurea, cuando menos, desarraigada del espíritu humano. No caer en los mismos errores largamente ya experimentados, es obligación de los responsables administrativos y técnicos que se verán involucrados en tales operaciones urbanísticas. Corregir estos vicios, que los intereses especulativos han generado en nuestra historia reciente, es primordial para afrontar un futuro económico que, basado en el turismo, ofrezca posibilidades de enriquecimiento social y cultural, fin este último del pensamiento humano.
Desde mi particular opinión, y desde la disciplina artística que me atañe, siempre que se abordan estas cuestiones que afectan a todo el colectivo ciudadano, la improvisación es la moneda de uso común. Así podemos ver que, el mobiliario urbano de esculturas u otras intervenciones artísticas que ayudan a entender y a humanizar la ciudad, suele estar sujeto a una falta de planificación y proyecto, es decir; desde las instancias responsables hay un olvido absoluto y sistemático de los artistas como profesionales cualificados que pueden aportar su experiencia y conocimiento con unas disciplinas que ayudarán a enriquecer y corregir la dureza de dichos proyectos en su fase de diseño y desarrollo. Actualmente, tanto en la génesis como en la ejecución de los proyectos urbanísticos, se menosprecia la utilidad social que el arte público ha demostrado tener a lo largo de la historia. Sólo al final, cuando los espacios están ya definidos únicamente en función de intereses técnicos, y cerrada la operación económica, digo; sólo en ese momento y por necesidades de otra índole, se precisa “adornar” lo ya inamovible, y paradójicamente, el adorno suele ser de por sí, cuando menos y siendo generoso, carente de interés, distanciado y ajeno al espacio que lo alberga, evidenciando la fractura existente, en la actualidad, entre desarrollo y humanismo, relación que en tiempos no muy lejanos aportó grandes conceptos y obras que son hoy en día patrimonio y referente de la humanidad.
Como reflexión final a este apunte, es a mi juicio, la aculturización y embrutecimiento de los poderes públicos y el de los técnicos que desarrollan estos proyectos de pretendida “modernización”, la causa última de esta degradación del hábitat urbano y por ende, de la cultura que en él se desarrolla, violentando así sus referencias de identidad, y por tanto desarraigando las relaciones naturales del ciudadano con su inmediato entorno social y físico. De este modo se embarga el futuro a una incierta e inquietante improvisación.
Leopoldo Emperador. Marzo 1999