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Textos escritos por el artista a lo largo de su carrera.

Textos de Leopoldo Emperador

Escultura-celosía

Proyecto de escultura para fachada edifício calle San Pedro. Las Palmas de Gran Canaria. Mayo 2000.

NOTAS AL PROYECTO DE ESCULTURA-CELOSÍA

Desciendo la cuesta San Pedro, llego a Triana, y en la intersección con Malteses, la calle se me presenta cuesta arriba.

No, no es una apreciación banal, es un efecto óptico motivado por su actual morfología. Demasiadas líneas rectas que ascienden trazadas desde el pavimento hasta la media altura humana y que, incomprensiblemente, acaban ahí sin definirse, ocultando, con breves puntos de luz alineados, meticulosamente exactos, los valores de algunas fachadas modernistas que, en un día no muy lejano, formaron parte de la piel de esta vía pública.

Observando estos elementos decorativos aún existentes; curvas en torno a dinteles, cenefas en paramentos, balcones de hierro forjado y un águila de bronce en la esquina de la calle Travieso, me devuelven a la memoria la apacible vista plana y la línea curvada de la acera que, sutilmente, invitaba a recorrer la calle sin prisas, en menesteres comerciales o bien por puro ocio, deleitándose uno en el paseo y la conversación, sabiéndose, arropado por una armonía de formas  caprichosas, de una epidermis cosmopolita que se identificaba con su carácter de vía principal, de calle comercial, por antonomasia, de la vieja ciudad que siempre permaneció abierta al Atlántico.  

Boceto preparatorio. Leopoldo Emperador 2000.
Dibujo preparatorio. 2000

Tiempo después, en el tiempo del neón y el metacrilato, cuando las prisas y la eficacia se instalaron definitivamente, otra relación espacio – temporal se estableció entre el ciudadano y la calle Triana. Los maceteros, las farolas y los bancos alineados, dispuestos frente a frente, sedimentan un discurso paralelo que va desde Malteses a San Telmo y que dificulta, más bien distrae, la relación del individuo con la arquitectura aérea, la que se despliega más arriba de la planta comercial que, con sus ampulosos escaparates llenos de luz y multicolores bienes de consumo, obliga a mantener la vista en la rasante, no más arriba del anuncio luminoso, reforzando este efecto óptico anteriormente mencionado y, en medio de todo ello aún subyace, como una sombra de lo que fue, la relación transversal de la vista, escudriñando, de derecha a izquierda, de arriba abajo y viceversa, en busca de referentes visuales pegados a la memoria.

Estas apreciaciones, si quieren Uds., subjetivas fueron determinantes a la hora de encarar el proyecto de una escultura-celosía para el edificio que promueve BASMALU S.L., en la cuesta San Pedro.

Dibujo 3.

Entre las premisas del proyecto se establecía desarrollar una estructura dinámica y transparente, un cerramiento que dejara ver el antiguo callejón allí existente y que, a su vez, potenciara la identidad del edificio en cuestión, dotándolo de una singularidad, de un elemento de identidad acorde con el entorno privilegiado e histórico de Triana.

Recurrir a una cierta estética basada en los pocos ejemplos de arquitectura modernista, que aún sobreviven en la calle, se hacía evidente a cada instante que me aproximaba a las diferentes soluciones formales de este proyecto.

Así, en la solución final, la verticalidad se altera con curvas y planos que se abren al exterior. Espacios huecos que permiten “respirar” a la pseudo-fachada que constituye esta escultura–celosía. Perforaciones, en la superficie, que “dibujarán” una piel interior por el efecto de la luz natural durante el día, así como otra provocada por la luz artificial, desde el interior, durante la noche, dotándola de una riqueza formal que trasciende la bidimensionalidad.

Maqueta.

El arco de entrada, el acceso físico al inmueble, se ha solucionado con la repetición de los dinteles existentes en ambas fachadas colindantes, forzando así una continuidad de líneas de fachadas tradicionales y asumidas. La incorporación de la clave, en el centro de la curva, refuerza la unidad del conjunto y fija un punto de peso en la composición uniendo la parte superior e inferior de la misma mediante una línea imaginaria, pues ambos elementos permanecen separados por un hueco que aligera todo el conjunto, unificando el espacio exterior con el “aire” interior. Así, la escultura-celosía, no se limita a una “epidermis” de fachada, sino que incorpora, a la misma, el “aire”, el espacio exterior de la calle y el interior del callejón. Una relación espacial que, a mi entender, es de vital importancia para su definición, su identidad de escultura autónoma que viene a cumplir, en este caso, la función de celosía.

Leopoldo Emperador Mayo 2002

poética

1987

Poética.1987. Hierro, neón y césped.

Al igual que la instalación “Art”, esta pieza estaba compuesta de acero, neón y césped.
En este caso su ubicación era sobre la pared a modo de anuncio luminoso.
La pieza recubierta de césped al trascurrir el tiempo y con en el crecimiento del mismol la palabra poética desaparecía.

Esta instalación junto a la antes mencionada, se inscribía en los trabajos realizados bajo el concepto de relación Naturaleza/Artifício.

art

1987

Art. 1987. Hierro, neón, fotografías y césped.

“Esta instalación se presentó en el Palau Solleric de Palma de Mallorca por primera vez. Junto a la pieza titulada ”Poética“ conformaban un conjunto de obras cuyo discurso conceptual era la relación Naturaleza/Arti cio en el medio urbano.

Tenía la incorporación acústica producida por la intermitencia del neón. Estaba conectado a un sistema de audio que reproducía los impulsos eléctricos de la intermitencia produciendo un sonido agobiante.

El resto de los materiales utilizados eran: acero, cristal, fotografía y césped, el cual estaba situado en el suelo a modo de sendero por el cual el espectador circulaba al tener la instalación un espacio de acceso y otro de salida”.

baile atha cliath

Dublin 1996.

I

SUNDAY

Aquí, en Dublín, un domingo, a eso de las once, en la crítica hora del despertar, la luz es tan tenue aún que sus frágiles y diminutas partículas solares atraviesan timidamente, como para no molestar, los cristales de este exiguo habitáculo que se vuelca desafiante al rio Liffey en su ribera norte. Es en esta orilla orgullosa de sí misma donde mi intimidad se alonga curiosa escrutando el bragado estuario que, de Howth a Dun Laoghaire, abarca todos los temores y las esperanzas de esta ciudad que el transcurso inexorable de los tiempos, fracaso tras fracaso, ha alimentado las ilusiones de tantas existencias incómodas, de espectros ilustres deambulando camino del exilio: Oscar Wilde, James Joyce, Francis Bacon, Sean Scully, etc…. Al unísono palpitan todas estas almas para fundirse en un crisol y, luego, más tarde por encantamiento, difuminarse en la línea gris ondulante del horizonte, testigo mudo y fiel de toda infructuosa incursión de los aires renovadores que sólo han lamido subrepticiamente las riberas del estero sin lograr preñar, siquiera, una brizna de las fucsias que salpican las domesticadas lomas del litoral.

Desde aquí, desde este privilegiado puesto de observación, William Buttler Yeats y Lady Augusta Gregory, urdieron una escenografía literaria de emergencia que anhelaba conciliar la fábula del imaginario gaélico y su poderosa mitología, mitad cruz mitad espada, con una modernidad tolerante que se les antojaba tan predecible como inexcusable y para ello, con desdeño hacia sus legañas y menoscabo de su patrimonio, concibieron su ambicioso proyecto y su estrategia de alternativa a la asincronía temporal que tanto les embargaba: The Abbey Theater.

WILLIAM BUTLER YEATS (1865-1939).
LADY AUGUSTA GREGORY.

Situado en este secular barrio fronterizo, que aún permanece despojado de toda prometida bondad republicana, The Abbey Theater imprimió el carácter popular y culto que Dublín y su deprimida sociedad, por aquel entonces, necesitaban con extrema urgencia, para dotarse de argumentos creibles y poder así dilucidar su más inmediato dilema: ¿imperio ó nación?.

El espíritu de cultura nacional del que ambos, Yeats y Gregory, quisieron dotar a su Dublín soñado y cosmopolita, a su modelo de república emergente abierta al mundo y al pensamiento moderno, parece haberse desvanecido en un silencio dramático tras los atronadores acontecimientos de 1916, cuyas huellas grabadas en la faz de la GPO, y sus posteriores dejaciones, sólo brindan un indeleble homenaje al absurdo. Sín más.

Hoy, The Abbey Theater, a pesar de su lamentable estado de deterioro en medio del incesante vocerío frenético de las vendodoras de tabaco clandestino, del tintineo agudo de los chamarileros con su sorprendente género a cuestas, del trasiego inherente a la bulliciosa merca ambulante y a la picaresca que discurre por sus callejuelas adyacentes, este templo de la representación sobrevive, aún, en un Dublín norteño que continúa debatiendose entre la pobreza y la marginación de siempre, con su identidad popular secuestrada por “britts” autóctonos de nuevo cuño, pendencieros y hábiles prestidigitadores en este delicado y fructífero asunto de trocar las escamas del dragón, exhausto, que yace mordiendo el polvo a los pies de San Jorge, por un jergón raido de polvo que San Patricio abanderó como redención divina, como liberación de todas las miserias congeladas en este espasmo rancio que dura ya dos mil años.

Ambas imágenes son sinónimas de la misma ignominia.

Esta particular contribución que W. Yeats y Lady Gregory pretendían equilibrada a la causa nacional irlandesa, por cierto bastante deteriorada en la actulaidad, parece no haber sobrevivido al feroz embate de la mediocridad que, hoy por hoy, ya sabemos pactada.

Una ventana de albo aluminio económico, moderno y aséptico me cobija de estas inclemencias exteriores, climáticas y humanas. Desde esta oquedad observo el menguado curso del histórico Liffey que, cansino, discurre frente a mi todos sus días soportando estoicamente la pesada carga que le ha sido asignada: ser la dolorosa representación emblemática de una inexpugnable frontera interior. Su turbio caudal, en las horas bajas, muestra descarnadamente los mil y un inimaginables residuos, los preciosos tesoros efímeros que de siempre han estado a merced del reflujo caprichoso de las mareas, del azar y de los avatares inconclusos de los deseos humanos, así pues, esta corriente marrón se diluye en el verde oliva del océano, no sin antes teñirse de reflejos de crudo arco iris a su paso por los atraques. Un espejismo de incierto bienestar puesto al desnudo por las fases de la luna.

Esta abertura, cierta y palpable, como tantas otras, despliega ante mí un paisaje grisáceo de sueños plomizos, una rutinaria escena con actores anónimos, viandantes de toda índole y condición, que parecen asumir, sin reproche alguno, su diaria ración de frustraciones. Ellos afuera y yo aquí, cálidamente acogido en este angosto interior que luce vulgar empapelado, asisto a una representación monótona que, por consensual, no comparto y que me aburre porque, sin sorprendentes desenlaces, resuelve lo cotidiano en un solemne e interminable bostezo y cuando al final, en medio de este ahogío, me flaquean las fuerzas pienso, a veces, que si la escena fuese inversa quizás bien podría aliviarse este agotador esfuerzo de responder a las sempiternas preguntas. Pero me resisto a ello, es mi condición.

En todo esto hay un conocimiento mutuo que aún estoy por dilucidar, una antigualla milenaria que se respira por doquier, un ente espeso que lo engulle todo y que muestra su cara más intolerable. Es, en definitiva, todo aquello a lo que mi adicción a la universalidad se resiste, y es también, por esta misma intoxicación cosmopolita, que me impido a mi mismo deambular errático creyendo espúreas mistificaciones patrias que, como en cualquier otro lugar, incluido mi difuminado origen, celebran con canciones convenientemente aderezadas las fabulosas bondades de una inexistente diferencia. Grandilocuentes artifícios, artimañas pomposas que se desvanecen a poco que, con inteligencia, las cuestiones.

¿Quién se resiste a la implacable imágen que el cristal azogado del diario acontecer nos devuelve?.

Grisalla y Gorigoris

De un tiempo acá, y si mis cálculos son fiables, este reducto de íntimo recogimiento permanece silencioso y es que, precisamente en el extremo derecho definido por mi actual posición, la ausencia se ha tornado en una presencia que se adueña, implacable de las horas y sólo, los pensamientos plenos de vida y simientes sin germinar, me consuelan en este esforzado despertar dominical. No sé, quizás la duerme vela cálida arropada por este edredón de plumas ó quizás, también, pueda ser la añoranza de años cercanos, lo cuál no descarto, la memoria de sentimientos fracasados y sensaciones que forman parte ya, irremisiblemente, de mi curriculum vitae, es quizás, digo, el eficaz antídoto que me sirve para conciliar nuevamente el reparador sueño. Vuelvo a dormitar y el tiempo, como en un hechizo, se detiene en una tregua pactada.

Aquí, los días, para mí, tienen un sentido de continuum, de prolongada espera, de letárgico ensismamiento invernal cercano al de las alimañas que en sus periodos de hibernación, instintivamente, administran, con destreza, sus minutos, horas, días y meses. Ellas, las bestias, saben a ciencia cierta que es preciso recobrar las preciadas energías invertidas en anteriores andanzas de subsistencia y en sus, no menos, agotadoras correrías, cuyo destino final, único y portentoso, es la procreación. Es en esta observancia rigurosa de las leyes naturales que rigen su reloj biológico, es en la atención prestada a las sístoles y diástoles de sus órganos vitales, perfectamente acompasados con la sutil cadencia de las estaciones, donde yace su fortaleza. Aún así, y a sabiendas de su frágil condición, las fieras practican este simulacro de sueño eterno, de aparente expiración e inactividad temporal que se yergue como única esperanza de vida y de un futuro próximo que las acogerá. Es por esto mismo que respetan fidedignamente el mandato. Es en esta armonía sublime que rige su mundo y en la aplicación rigurosa de esta técnica ancestral aprendida generación tras generación, donde la vida se experimenta, una vez más, en un nuevo ciclo siempre incierto. Todo apunta a que yo, en cualquier momento, pueda recobrar el sentido preciso y deseado que tiempo atrás discurría, aparentemente, sin sobresaltos y ahora, por razones obvias de esta situación, permanece en stand-by, en letargo.

De repente, en un instante y sin tiempo para reaccionar me veo, a mi mismo, con los pies calzados en estas zapatillas azules de ante que hace pocos días adquirí en Mark & Spencer. Sí, ahí, justo al lado del Abbey Theater, en plena vorágine ensordecedora de tintineos y ofertas clandestinas.

¡Bien, ya es hora de empezar!

Me dije en un prolongado bostezo.

Agenda para hoy

Desayunar. Lavar ropa.

Limpiar el apartamento.

Tender.

Hacer la compra, el avituallamiento básico, incluida la prensa.

A las 14,00 llamar a David.

A las 17,00 Exposición de Paul

Algún que otro menester casero y poco más hay que hacer que merezca la pena en esta menudencia de arrendamiento, sólo mantener la mente entretenida.

Afuera nieva

La calle está silenciosa y trae consigo un sabor a domingos de antaño, tan espeso como intangible, un retal desdibujado de la memoria que se solidifica en el gélido aire, en la ventisca que, cargada de copos de nieve, asciende por el estuario. Es algo familiar lo que aflora y se respira invocado por todas estas coincidencias de factores sensitivos que emergen aunados, impetuosos, en torno a esta necesidad ineludible de entenderme. aquí y ahora.

II

En 1960, a nuestra arribada a Canarias desde Santander, donde se inauguró mi conciencia, fuimos a ocupar el semisótano del caserón que la familia Alzola poseía en la calle Juan de Quesada, más conocida popularmente como del Toril. Aquel palacete señorial, de confusos estilos arquitectónicos, había sido diseñado por Miguel Martín Fernández de la Torre al gusto del abuelo Agustín, el cual impuso al posteriormente afamado arquitecto, todas las exigencias propias de su responsabilidad patriarcal, cuantas modificaciones creyó pertinentes sobre los planos originales para conformar así, mediante su particular entendimiento del espacio, la jefatura de una jerarquía familiar que se le había otorgado después de la debacle financiera de su hermano Lucas. Tras aquellos tremendos acontecimientos que pusieron en entredicho el buen nombre de la familia, el abuelo, con su habilidad y su astucia habitual, salvó el abolengo de los Alzola de un cataclismo que se les avecinaba tan inminente como desastroso, librándolos de una deshonra que no se podían permitir. Con su intervención, D. Agustín, alivió a su hermano de la pesada carga que le embargaba el ánimo, parte de su patrimonio familiar y, quizás, de algún contratiempo con la judicatura.

Un affaire desagradable con la administración colonial que, afortunadamente, quedó en un mero asunto interno del clan. De esta manera, el abuelo, en su encomiable amor fraternal y velando siempre, desinteresadamente, por su estirpe, relevó a su consanguíneo de toda comprometida e inoportuna respuesta que tuviera que dar ante los cualificados representantes de la Real Fábrica de la Moneda, enviados expresamente, desde la metrópoli, a estos territorios de ultramar para dilucidar ciertos asientos contables nada claros. Con generosidad exacerbada, el abuelo, decidió jubilar, anticipadamente, a Lucas, del tedioso trabajo cotidiano de cuadrar los libros de contabilidad de su representación estatal, tarea que ciertamente no entraba en sus capacidades ó, vaya Ud., a saber.

El relevo de Lucas de todo compromiso y toda comprometida luz, supongo que traumático para él, se efectuó con un cambio de titularidad de la concesión. Así pues, Tabacalera vino a incrementar el patrimonio del abuelo y, en consecuencia, alimentó la desmedida ambición de sus herederos varones que se constituyeron en la sociedad Agustín Alzola e Hijos. Saco sin fondo, ni orden ni concierto.

Con esta nueva correlación de fuerzas dentro del seno familiar, D. Agustín, vió legitimada, de tal manera su obsesión arquitectónica que logró desvirtuar, prácticamente en su totalidad, como queda constancia de ello en el Archivo Histórico Provincial, la idea inicial de D. Miguel Martín Fernández de la Torre, cuyo proyecto de vivienda unifamiliar ambicionaba ser novedoso en cuanto al diseño y los conceptos que, sobre esta materia, manejaba. D. Miguel, ya intuía la obsolescencia de semejante estructura social, a la cuál él, también, pertenecía y sabía que la rigurosa disciplina de los usos y maneras en que se asentaban los valores de sus coetáneos prohombres, tan rancios como latifundistas, de naturaleza conservadora, embargarían el futuro de la sociedad grancanaria, dirigiéndola hacía un caos de identidad cultural de prevesibles consecuencias. El debate estaba establecido: ¿urbe ó villorrio?.

Sueños de innovadores.

Habitar aquel semisótano era un obligado escalafón establecido por el patriarca de la familia Alzola que, todos y cada uno de sus vástagos, debían cumplimentar como ritual iniciático según un pactado y riguroso orden de ocupación y cesión posterior del mismo por las nuevas incorporaciones, con pleno derecho, vía contrato nupcial, a la sociedad Agustín Alzola e Hijos. Claro está que el pleno derecho de incorporación a la sociedad, en los ámplios términos de la palabra, en su acepción económica, sólo afectaba a los varones nacidos de su matrimonio con la abuela Lola. Esta tradición subterránea de los Alzola se inició toda vez que la tía Ana, la mayor de los hermanos, contrajera matrimonio con Paco Reyes, un catalán avispado para los negocios y que ambos adaptaran aquel semisótano como su vivienda en el inicio de la aventura en común, en sus iniciales y precarias necesidades. Una aventura que fué larga y no exenta de éxito y un amargo distanciamiento con los Alzola. Una distancia que mantuvieron con la familia el resto de sus vidas, a excepción de la relación, extensa, que siempre mantuvieron con nosotros, los recién llegados de Santander. Años más tarde, entendí que la complicidad entre Mamá y la tía Ana se debía a la misoginia que los varones Alzola, incluido el patriarca, practicaban.

Ana y Paco transformaron aquel lúgubre y húmedo lugar en una exquisita vivienda de gusto racionalista, cuya realización estuvo a cargo de Richard Ernest Oppel, arquitecto alemán refugiado en Canarias que introdujo e inició, más tarde, a D. Miguel Martín Fernández de la Torre en los secretos del movimiento racionalista, tan en boga en Alemania en aquellos años. En ese espacio tan inusual, se desarrollaría mi infancia.

Los años que Ana y Paco residieron en Londres, sus negocios fruteros les llevaron al éxito y al exilio dorado, no fueron en vano para haberme dejado un grato recuerdo del espacio íntimo en el que se desarrollaron mis primeros días en Las Palmas.

También, posteriormente, el magnífico chalet de estilo racionalista, que Ana y Paco se construyeron en Tafira en sus años esplendorosos (hoy en día habitado por Juan Marrero Portugués, quién se hizo con el con no muy buenas mañas, cuando era director ó presidente, qué más dá, de la Caja Insular), ocupa una buena parte de mi memoria.

Así pues, absurdo y modernidad se conjugaron en mis experiencias vitales aquí en Canarias.

III

Mamá, que en la gloria del señor esté, entra en la habitación, que mi hermano y yo compartimos, nos jalea. Txema, que siempre fué más perezoso en estas cosas del despertar, gira sobre sí mismo, se lía con las sábanas y entre sonidos propios de aquel que permanece refugiado, más allá, en los sueños, emite un sonido algo así como:

“Hummmm nuto más”.

Mamá y yo, con sonrisas cómplices, entendemos su solicitud de tregua y ella, que siempre fué solícita, accede a la murmurada petición que, también por supuesto, me beneficiaba a mi.

Poco después, ya saciados de café con leche y de pan con mantequilla, aquella del envoltorio de papel encerado y la pluma roja impresa sobre el ( Made in New Zealand, Salted, por supuesto), en letras gruesas y negras, aseados y oliendo a domingo, todos, incluida la Nena, nos subíamos al Escarabajo Blanco y, justo enfrente, ya en la calle, Oramas aún no había terminado de dar los últimos retoques a Pambaso.

Algún rato más tarde, Carlucho, Nuri, Octavio y la diminuta Mapi se nos unen a las puertas de San Agustín, es poco antes de las doce, y habían descendido del majestuoso Vauxhall negro azabache del tío Carlos, con sus cromados resplandecientes, sus tres marchas y sus colorados y rugosos asientos de polipiel. El volante era de marfil blanco, con un Mapa Mundi nacarado y turquesa que permanecía incrustado en el centro mismo de aquel sorprendente universo, y que al presionar sobre el, sonaban triunfantes las trompetas gloriosas del imperio británico. El tío Carlos estaba orgulloso de su Vauxhall y nos mostraba, sin rubor alguno, cada domingo, calle Espirítu Santo arriba, que su carroza azabache era capaz de alcanzar los Pechos en tercera y, ¡sin cambiar!. Un prodigio de la técnica a nuestro ojos infantiles.

Después, más tarde, ya pasados muchos años y con la inocencia perdida, supimos de su aversión por el arte de conducir y, cuando jubiló al imponente Vauxhall, rendido por el agotamiento de tantos esfuerzos, en tercera, lo sustituyó por un moderno Volvo automático que aún hoy en día conserva.

Todo esto sucedía antes de que Papá adquiriera el Escarabajo Blanco. Era en el tiempo cuando todos solíamos subir a Teror a bordo del Vauxhall como príncipes en carroza, mientras Mamá y la tía Paquita nos relataban a dúo, al paso fugaz de los eucaliptos, camino de Miraflores, la história cierta de las mañas e inventos del abuelo Agustín.

El abuelo que ejercía de patriarca, desde su piadoso anonimato artesanal, había diseñado y cedido, creó que gratuitamente, la magnificiencia del fervor mariano a la Bajada de la Virgen del Pino. Su teatralidad tan bien conseguida entre nubes de algodón y tules, congrega (hoy en día con mayor aparatosidad) en este happening popular, la fe y el gusto por el alcohol, en proporciones desiguales, de los idílicos habitantes de la isla.

¡Maldita sea!. Quizás sea de ahí de donde me viene esta obsesión por la mise en scène de los milagros imposibles, esta misma que arrastro conmigo desde hace ya algunos años.

Años después el alborozo y griterío, propio de aquella panda de ingenuos y felices emparentados chiquillos reunidos correteando y jugando a las puertas del templo, se acabaría. El tiempo se encargó de decirnos cuán lejos estábamos los unos de los otros.

Premonición de un futuro no muy distante era la llamada al orden que nuestros progenitores lanzaban a la hora de comenzar el ritual eclesiástico dominical de las doce y que una vez, ya, dentro de la iglesia, nuestras miradas cómplices se cruzaban mostrando la impaciencia, en nuestro lenguaje críptico de niños, por el deseo de arribar pronto al tiempo del Guanche.

Ritual pagano de la una del mediodía que, nosotros, la panda ingenua, reverenciaba con mayor devoción, si cabe, a toda aquella otra parafernalia que semana tras semana precedía al misterio de la comunión en Santa Catalina.

Allí, en el parque, nuestros predecesores, en torno a una consagrada mesa dispuesta por privilegios de asiduidad y rango, que siempre solía ser la misma, degustaban gin & tonic, cerveza (el tío Carlos siempre bebía cerveza y eso era algo que, en sus teoremas, Papá no se podía explicar, él siempre ha sido degustador de ginebra al mediodía -aún lo sigue siendo-), y jerez para las mujeres. Bebidas que aderezaban con unas raciones de papas fritas, aceitunas, conversación y un, siempre esperado, por nosotros los crios, plato de calamares. Manjar que atacábamos ávidos, de rato en rato, en las pausas y treguas hambrientas que nuestros juegos nos permitían, y que nos hacía fruncir el ceño cuando se agotaba aquel bocado espiritual que, todos los domingos, el Guanche nos servía para gloria y honor de Nuestro Señor Jesucristo.

La arena movida gentilmente de aquí para allá por la brisa, inundaba Tomás Miller y se enredaba en las patas del Escarabajo Blanco y las calzas del majestuoso príncipe Vauxhall. Eran los ecos de la frase lapidaria, de la letanía; “Good Bless Our Work”, que coronaba las testas de los prohombres del cambuyón; planificadores y arquitectos del desastre al que, en sutiles debates, abocaron todo aquel espacio vacío y portentoso de las Isletas. Recientemente, en una antigua foto de la época, he podido ver esta imágen de cuatreros calzando zapatos blancos de lona y aposentados en sillas de mimbre,bajo la portada de su Rancho Grande y bendecidos por el omnipotente.

De vuelta, siempre odié aquellos regresos, justo al parar el Escarabajo Blanco su bamboleo, frente a la cancela de casa, semana tras semana, los calamares salían impelídos, rodando a mis pies, en apresurada carrera buscando nuevamente el mar. Fabulaba yo, domingo si y domingo siguiente también, sobre esta insistente repeteción fisiológica, me preguntaba insistentemente si habría alguna respuesta lógica a este acontecer que, sin embargo ante estos hechos, la tía Paquita, que había sido enfermera en su juventud, antes de contraer nupcias con el más jóven de los Alzola, decía que era a causa de mi debilidad. Octavio y yo, los más esmirriados, llevábamos siempre, media hora antes del almuerzo, doble ración de Quina San Clemente, por prescripción facultativa de Paquita y, claro, nadie ponía en duda sus conocinientos en el arte de sanar. Receta que ambos agradeciamos y atacábamos silenciosos y complacidos. Jamás mostramos reparo alguno a tan docta administración que, particularmente los domingos, obedecía a un preciso y exacto devenir desarrollado en el comedor familiar de diseño racionalista y que debió ser una de las últimas influencias que la tía Ana y su marido Paco, tuvieron sobre el abuelo Agustín, antes de ser desterrados del solar familiar por,   vaya usted a   saber, que intrigas familiares. Allí en la penumbra del comedor, Octavio y yo, permanecíamos sentados esperando a que el efecto de la terapia nos abriera el apetito, y de paso, hacíamos compañia al abuelo, observando absortos el espectáculo de su tierno ocaso.

El Boina, como se conocía al abuelo entre la vecindad, presidía el sagrado sacramento del almuerzo dominical de los Alzola de la calle Juan de Quesada, que mientras mojaba rebanadas de pan, meticulosamente cortadas, en su copa de vino, la boina se le calzaba lateralmente y una lágrima se le ocultaba tras el lunar inmenso de la corva de su nariz vasca y aguileña. Una lágrima eterna que, siempre, desde que la abuela Lola le dejó en la más absoluta viudedad de espíritu, le descendía por su rostro de piel fina. La apatía por poner orden interno en la familia, el abandono de la carpintería (el antiguo garage del caserón), el laboratorio, que era su refugio, donde hacía realidad sus inventos y donde, también, un frasco con formal contenía proyectos dinásticos inacabados. Sus horas transcurrían ya plácidas y silenciosas, en el comedor, a la espera de reunirse con la abuela Lola. Su refugio sería nuestra perdición.

A ella, la abuela Lola, la recuerdo nitidamente, paralítica, siempre postrada en su cama, el pelo cano ensortijado, la tez de niña y sus gafas redondas de plata que, posteriormente, en mis años de adolescente utilicé a la moda Lennon y que aún conservo como un preciado tesoro y memorias de adolescente rebelde. Su dedo meñique, el de la mano derecha, estaba también paralizado y nos dijeron que fue a causa del mordisco de un chimpancé que habito, por algún tiempo,en el jaulón de la terraza de atrás y que había sido un regalo de su cuñado Lucas a la vuelta de un viaje por África. Lo que sucedió después con elincauto simio, sólo la conciencia de nuestros mayores lo sabe. Jamás nos lo dijeron.

Lo cierto es que los recuerdos de aquellos domingos de mi infancia se agolpan, son memorias que han permanecido larvadas y que ahora brotan descontroladas por estímulos visuales, olfativos y siento la imperiosa necesidad de recrearlas, aquí, en este Dublín, que ahora me acoge, tras un fresco y ligero paseo dominical.

Sentado tras esta cristalera del Temple Bar, apurando un par de glasses of lager, observando el cansino pasear de las gentes, el corretear de niños por Essex Street, que en breve acogerá las hordas de bebedores complulsivos de cerveza, la soledad me alienta a escribir estas vivencias, algunas de ellas, vividas con pasión.

Cruzo Ha´penny Bridge, la bicicleta a mi vera me induce a acelerar el paso, realmente es una fuerza interna, irresistible la que   guía mis pasos apresuradamente hacia el 54 de Bachelor´s Walk: ¡El paseo de los solteros!. ¿Coincidencias?. Es un sentimiento irrepimible, la necesidad de gastar las horas de este domingo garabateando, una y otra vez, sobre inmaculadas holandesas de papel conqueror, todos estos recuerdos, depurando el estilo. Una forma de sentirme más cerca de tí y, en este divino esfuerzo de novelar, sin tristeza, los pensamientos, aproximarme a mi mismo.

Apuro un té. “The very thought of you” abarca la estancia, lo llena todo y todo vuelve a normalizarse. Sigues ahí, sonriendo con una adorable sonrisa inmortalizada por Nikon, a tú lado, mis desordenados cabellos, mi barba cana y nuestras gafas de sol emparejadas, al unísono, también me novelan días apasionados, no tan lejanos, que tanto extraño ahora y que tanto nos enseñaron a ambos de ambos.

A mis espaldas. Oramas sigue empeñado en ese toque magistral de inmortalidad que los habitantes, almas anónimas, del risco pusieron ante sus ojos en la recta final de su existencia. Se trata, al fin y al cabo, de una mirada sin prejuicios, nítida, limpia, candorosa generosidad de dar vida a una interpretación simplemente bella del esfuerzo, muchas veces entendido como banal, de la supervivencia. Esperanza, fracso, pasión y desamor, todo un compendio, una unidad sublime que trasciende el tiempo preciso y calculado de los días y que se adentra en la aventura intangible de la eternidad.

IV

Ya viene!. ¡Ya viene!.

Se oye el repiqueteo sobre los adoquines. Grácil timbal, primitiva percusión.

TACA – TACA – TACATÁ

Las ruedas rojas del carrito amarillo de Valentín (dosel rococó coronando el cielo, mantecado viaje de glotonería festiva) emboca ya la calle. Arriba, justo en la bocana de la calle, en su paupérrima garita, el centinela de la farmacia militar observa impávido, la boca deshaciéndosele en barrancales y el alma suspendida en permanente interrogación. Obedece consignas. No puede hacer más.

Imponiéndose sobre la percusión, TACA-TACA-TATÁ,  la elegancia del sonido del organillo de boca, flauta de pan, que magistralmente Valentín toca, y sabiéndose el solista del concierto barroco, interpreta, ahora, una pavana para infantes, que la audiencia, incluido el centinela, queda suspendida, atrapada en la tierna melodia que impregna la calle Verdi.

Raudas nuestras manos buscan en los bolsillos las consabidas monedas de dos cincuenta, justa propina que arrojar a los pies del virtuoso instrumentista que, ahora, arrogante, sobre su amarillo escenario, devuelve, con reverencia, la ovación que le circunda.

Se detiene.

TACA-TACA-TACATÁ.

Ansiosa, la chiquillería le rodea. Él, Valentín, enfundado en albo traje, coronado con cofia, tiara de paganos dioses, cuál flautista de Hamelin, nos gana la confianza. Es un viejo conocido. Nos hace un guiño.

– ¡Yo quiero un quesito helado!.

Exclama Fernandito Guersi, uno de los dos paralíticos, que aparte de la abuela Lola, compartían nuestras horas en la calle Verdi. Fernandito, era paralítico a medias, la polio le había afectado sólo a una pierna y la había contraido cuando era más pequeño en Bata, la Guinea Española, donde su padre se dedicaba, en aquel entonces, al negocio del cacao. Chocolate El Gorriaga.

-¡Yo un corte!.

Más pausadamente, pero vigorosa, exigía Elvira Petrovelli, la hermana mayor de Marité.

Así, uno tras otro, todos íbamos quedando satisfechos por los gélidos mandobles que Valentín, todas las tardes, repartía a diestro y siniestro con la maestría propia del caballero bragado en crueles luchas sobre los imberbes infieles pobladores de la frontera y vigilantes de la santa Vegueta.

TACA-TACA-TACATÁ

Se aleja, desciende lentamente, obedeciendo a impulsos cansinos por la cuesta, la de nuestros carretones. A mitad del recorrido, Don Alfredo le sale al paso, se saludan. Don Alfredo se ajusta el clavel en la solapa y la corbanda, como la porta impecable, no precisa de ajustes. Él es el toque británico, distinguido gentelmen del barrio. Valentín, con respeto, roza con la yema de sus dedos la cofia.


TACA – TACA – TACATÁ.

Valentín y su carga de glotonería desaparecen por la esquina, seguramente se ha detenido, como de costumbre, frente al taller de Enrique, el carpintero, y sólo Dios sabe que acaloradas conversaciones mantendrían.

V

Dear Bob:

I know about your interest in my work by Cliodna Cussen who is a good friend of mine here in Dublin. I write you down this letter in order to get in touch with you and going forward with the Benburg Sculpture Project. I´m very proud about your choice.

Doble en mitades la cuartilla, la condeno a la oscuridad transitória del sobre. Lo cierro.

Mr. Bob Sloane

Belfast University. York St.

BELFAST.

La pequeña lira irlandesa de 32p sella la respuesta.

Enfundado en el abrigo, la bufanda alrededor del cuello, la gorra calzada a la derecha, los dedos de las manos acariciando el cálido interior de los guantes y con los pies ya en la calle, en esta misma tarde de domingo, enfilo Bachelor´s Walk a paso ligero para combatir el sempiterno frío de la rivera norte del Liffey y al torcer la esquina, O´Connell Street se abre bulliciosa e iluminada a mis ojos.

Autorretrato. Dublín 1996. Técnica mixta sobre papel.

¡Tobacco!.

¡Cigarrettes!.

Ofrecen a gritos los vendedores ambulantes, cambuyoneros del Atlántico Norte, pálidos.

El edificio del G.P.O., Neoclásico e imponente, emblema de la trágica resistencia de este pueblo orgulloso de su independencia, con sus columnas acanaladas, que acarician el cielo, siempre gris, preside el escenario. La gloria de saberse heroínas de una guerra soterrada e impregnadas de un odio exacerbado a Cromwell, aún a flor de piel, las convierte en la representación trágica de una reciente história. Son columnas heridas por la enfermiza obstinación británica de mantener su integridad imperial a costa de la dignidad del otro. Un drama inacabado.

Ante este escenario reflexiono y llego a la conclusión de que no fué un error histórico, como algunos dicen, impedri que las huestes de su graciosa majestad, los bucaneros de bombín y paraguas, hicieran su entrada en el archipiélago.

¡God Save the Queen!.


G.P.O., Se traga de un bocado mi respuesta.

La misiva inicia así su viaje a otro estado dentro de un mismo país, al otro lado de la ficticia frontera, al norte, al quiste de la intolerancia, a la excusa divina para que la eterna guerra del fanatísmo religioso siga alimentando vanidades y bolsillos. Por los siglos de los siglos. ¡Amén!.

De regreso a Bachelor´s Walk, la mirada va pegada a las grises bladosas de O´Connel Street, pues el frío en la cara es cortante y uno se tropieza, una vez más, conuna de  las  placas  de bronce incrustadas  en el pavimento (pulimentadas por el indiferente deambular de los dublineses) que rememoran, para quienes estén por la labor, a Leopold Bloom. Parada obligada, cada dieciséis de junio, de un recorrido de modernidad ausente aquí y ahora, todavía, en Dublín. Modernidad iniciada en Martello Tower aque´fatídico día en que James comenzó su odisea particular y universal con parada y una pizca de gorgonzóla en el interior de Oliver St. John Gogorty. Un Ulises sin arribada a la Ítaca de los deseos. Celebración de la indiferencia.

O´Connell St., Fleet St., Essex St., Y allí, frente a mi, la cabina. El cordón umbilical que me une a la identidad todas las tardes, eternamente de por vida.

Se han agotado las reservas de cerveza. Esta vez inicio el ritual cotidiano en la sangre de Cristo. Tintorro español, a saber de cuál de las dos Españas. Roches £ 4.25.

Hace algunos días he empezado un retrato íntimo de soledad. Técnica: Semillas sobre papel.

Medidas: 21 x 29, 7 cm.

Proceso: Lento y emotivo. Una gota de esperma………………………………………..

Un ETC de Juan Hidalgo dibujado. Del sonido al papel.

Paritura no pautada, composición para intérprete solista. Alejado.

¡Salta a la vista!.

En esta melancolía, por si fuera poco, llegó tu retrato. Les Grandes Baigneuses, Pommes et Biscuits, y la exquisita pinacoteca de los sentimientos. Amor en distancia, telefónico y epistolar.

Wet dreams. Dublín 1996. Técnica mixta sobre papel.

“….Tú me has de querer porque así en la noche lo vi en mis sueños…”

Martilleaba el estribillo en mi cabeza mientras, alrededor, se celebra la mediocridad. Sacramento del Arte. Es un domingo a las doce como en San Agustín y treinta y tres años después. ¡La edad de Cristo!.

You are invited to

An exhibition of paintings

By Paul Funge

At Hallward Gallery

65 Merrion Square, Dublin 2

To be opened by Mr. Richard Bruton T.D. Minister of Enterprises and Employment

17,00 Sunday, 28 Th January, 1996

Rsvp (Regrets only) to (01) 6621482

¡Por Dios  Paul, acércate a Cezánne!. Dije por lo bajo y apretando los dientes. Alzo mi copa en loa de Nuestro Señor Jesucrísto Redentor. ¡Bienaventurados los mediocres, porque de ellos será el reino de la fama!.

VI

MONDAY

Hace un frío endemoniado, la mañana, como siempre, se ha levantado perezosa y gris pero, a diferencia de ayer, el bullicio fuera indica que esta vez los pensamientos han de ser fugaces y no hay tiempo para retozar.

I got your letter from Madrid.

La introduje en el bolsillo del raido tres cuartos azul navy (aquel que compré en Barcelona y que a punto estuve de jubilar en uno de mis regresos de Londres), apretándola fuertemente, como para leerla al tacto, para leer palpando mis muslos, juntos, fundidos, descifrando todos los secretos ocultos y húmedos, Conociéndote mejor.

Así, con estas cavilaciones en mi cabeza, mis pies firmes y seguros hacen estremecer al viejo y cansado Ha´penny. Se diría que él conoce esta vieja história. Su plateada urdimbre de hierro colado vibra, sin lugar a dudas, por el aplomo de las pisadas de aquellos que, día tras día, certifican su existencia, él es el auténtico notario de tristes y abusadas realidades. Él tiene la certeza de que a fuerza de haber sido cruzado diariamente por anónimas vidas, se vislumbra a si mismo como un viejo camarada de almas en busca de su sustento. Él es la metáfora del trajinar Norte-Sur-Norte, del exilio de generaciones y, yo no iba a ser menos, me sumaba a su estadística.

Bachelor´s Walk – Temple Bar – Bachelor´s Walk y, ¿si aún estuviera vigente el peaje de antaño?. ¿Cuántas almas, solitarias y paupérrimas, como la mía, me pregunto, intentarían atravesar el Liffey a nado y fundirse como en un crisol, en consecuencia, allá abajo, al final en la bahía, en un inmenso abrazo atlántico?.

Hoy he sabido que hace nueve dias buscan a un hombre que decidió abrazarse al Boyne, allí junto al Old Mill de Slane. Una zodiac y hombres calzados en katiuskas, chapoteando en el lodazal, sus caras encendidas por el frío y la congestión, el desaliento en sus miradas, certifican el cansancio de esa alma unida ya, para siempre, definitivamente, a la épica y los fantasmas del Boyne, humillados, generación tras generación, por Guillermo de Orange. El albor del drama irlandés.

Al otro lado ya del puente, aguardo con impaciencia de rasgar tus vestiduras de papel y leerte íntimamente, pero el hecho prodigioso, pienso, merece un ritual preciso, cálido e íntimo.

¡Half a lager, please!

Decido esperar a que la resplandeciente daga alzada, como el cordero espera paciente y sublime, que se descargue el golpe y en un acto solemne de amor, la espada abra sus entrañas. Palabra deseada que conjure el desasosiego. Él, el cordero, se sabe predestinado a este fin único y glorioso.

– ¡Hey!, Nice to meet you, Paul.

Dije.

Por lo bajo pensé.

¡La carta!.

Durante algunos instantes, toda una eternidad, Paul y yo cambiamos impresiones sobre la vital importancia, para él, claro está, de nuevas ideas arribando a esta orilla turbia del Liffey.

¡Como si no tuvieran aún suficiente con la indescifrable y proscrita modernidad de Joyce!. Y mientras, te apretaba contra mis muslos.

A cada palabra de Paul seguía una caricia mia, en respuesta, al sobre de papel que contenía tu aliento. Las yemas de los dedos sienten ya el perfume humanamente añorado, urgan ansiosos en los pliegues del sobre, ahora, henchidos y húmedos. Palpitando, palpitando. Ahí se esconde. ¡Oh ternura!.

¡Vamos a follar!

Agazapados entre los pequeños laureles de india del jardín de Doña Cayetana, Chanito cuenta en voz alta: veinticinco, veintiseis, veintisiete,    picarona ella, Marité, nos coge de la mano.

-¡Vamos, vamos!. ¡Corre!. ¡Al solar!.

A trompicones Alejandro, el otro chico paralítico de ambas piernas de la calle de atrás, nos sigue. Yo, con los ojos encendidos, ella, Marité, sabia.

-Cuarenta y cinco, cuarenta y seis, cuarenta y siete …..

Sin tiempo que perder atravesamos el chalé, de mauseleo aspecto, de piedra gris artificial incrustada con millares de diminutas estrellas cristalinas que alumbraban la noche esplendorosa de nuestras esperanzas de estrenarnos a los sentidos.

Fugaces pero cautos, jubilosos pero en silencio para no despertar al león vigía de la fuente y temerosos de ser descubiertos por aquella mujer piadosa, Doña Cayetana, que tras las contraventanas vigilaba, con devoción, nuestro despertar a la adolescencia y nos redimía, sin haberlo conocido aún, del pecado primigeneo. Llegamos así, temblorosos, al pie de la tapia.

Sesenta y dos, sesenta y tres, sesenta y cuatro……. Chanito no se cansaba y mantenía el ritmo con precisión.

Saltamos el muro, luego las palmeras que yacían inertes, desde siempre, dormitando y dividiendo el interior del solar en una ajustada geometría y allá, al fondo, en el rincón más oscuro de aquel jardín de las delicias, el desvencijado y anhelado cuartucho, el habitáculo donde nos estrenaríamos a las licencias prohibidas nos invita a proseguir sin cautela y sin demora al acto iniciático.

¡Oh prodigio!.

Ante nosotros se alza el diminuto telón con el que Marité celosamente guardaba de miradas, inocentemente licenciosas, el lampiño milagro de su entrepierna. Se entreveía el comienzo del primer acto.

Noventa y ocho, noventa y nueve y cien. ¡El que no se ha escondido, tiempo ha tenido!. Grita Chanito.

Tiembla la realidad

Caé el telón.

La mortecina luz de las farolas, sin cristales, de la calle Verdi es  testigo de que nuestro amanecer a los sentidos, la alborada carnal, quedó aplazada, aquella vez, a una próxima representación.

Marité nunca nos acompaño al segundo acto.

De tarde en tarde en la calle Verdi, a la vuelta del Viera y Clavijo, nunca con la regular precisión con que llegaban las placenteras tardes del calendario, irrumpían de impreviso las hordas salvajes de san Roque, violentando la apacible tranquilidad del vecindario que nuestros juegos apenas disturbaban. Nosotros, los ingenuos chicos del Toril, estabamos acostumbrados a deleitarnos en juegos que, alguna que otra vez, respetuosamente alteraban el sosiego de la vecindad.

-¡No valen pepinazos!

Exclamaba Alejandro, el chico paralítico y cómplice de representaciones y bajadas súbitas de telón y el mejor portero de nuestros partidos balompédicos.

Él solo podía abarcar el inmenso espacio de la cancela de la casa de Dña. Cayetana que, también, oculta tras las contraventanas, no velaba, en estos menesteres menos lujuriosos por nuestras almas y sí por la integridad de su cancela, nuestra porteria reglamentaria que, Alejandro, cancerbero donde los haya, protegía de las feroces embestidas de nuestros contrarios. Él con sus muletas extendidas a lo ancho, en un símil coreográfico de Oscar Schlemmer y cuya efectividad era reconocida por todos a la hora de adjudicarse sus servicios. Él se mantenía en pie siempre en un extraño equilibrio de balanceos astutamente calculados. Esa era su virtud.

¡Capitán de uno!.

Entre acometida y acometida a uno y otro lado de la improvisada cancha de nuestros partidos, los forajidos de la frontera entre el artifício y la naturaleza cabalgaban apretados corceles de desparpajo y envueltos en nubes de polvo barrial, estas huestes del risco, el otro, el pobre, el no inmortalizado por la tuberculosis de Oramas, hacían su entrada bulliciosa y brutal por la esquina de la farmacia militar, desembocando por la calle Lentini. El centinela apartaba la vista. -¿Y para esto se me pide valor y servicio a la patria?.

Podría en justa medida pensar.

Al frente de ellos Caco, el gamberro, caudillo majestuoso y bravucón a pecho descubierto, descarado gallito que sonrojaba, con sus insinuaciones, los pálidos y finos colores de las polluelas de nuestro corral. Nuri le echaba el ojo. Caco nos tomaba la ventaja, seguramente porque conocía ya, desde temprana edad, los entresijos de la húmeda adolescencia que nosotros, por aquel entonces, solo nos conformabamos con imaginar con inocente perversión.

A unos pasos tras de él, permanecía protegido su hermano, no recuerdo bien su nombre, pero en mi memoria su imagen permanece indeleble. Era un ser extraño, silencioso, antagónico de Caco. Su cabeza rapada y cubierta de manchas nos mantenía alejados, eran huellas que presumiblemente señalaban (nosotros lo podíamos asegurar) el sufrimiento del escozor de la tiña. Esto lo afirmabamos con vehemencia apoyados en los doctos comentarios que la tía Paquita nos había hecho en algún momento como advertencia al respecto y así, de paso, establecer las oportunas distancias. Una magistral coartada, Consejos que, nosotros, tomamos en buena cuenta dados los conocimientos en el arte de sanar de Paquita y que nos eran sobradamente conocidos a la hora del almuerzo.

Muchos años después, cuando todos ya nos habíamos lanzado al abismo de la madurez y nos habíamos jubilado para siempre de aquellos mágicos momentos y del candor de la calle Verdi, le volví a ver un día. Subía silente, como de costumbre, Juan de Quesada camino de regreso a su San Roque natal, a su ghetto encaramado sobre las colinas que bordean el Guiniguada, pero ahora, con el paso de los años, lucía y peinaba una esplendorosa y cuidada cabellera, las huellas de aquella enfermedad habían quedado como un asunto de la memoria. Caminaba seguro, con gráciles movimientos. Trasvestido.

¿Montse?. ¿Era ese su nombre?.

PULL

Son algo más de las doce, la mano se aferra al tirador de la puerta, tomo impulso y de golpe estoy dentro. A la derecha, en el suelo, arden las brasas que minutos antes el solícito bartender del pub Temple Bar, el de las amplias cristaleras, ha prendido en honor de los gélidos y siempre sedientos madrugadores parroquianos. La chimenea embutida allí, flanqueada entre escalones a derecha e izquierda, justo en el acceso al altillo de los grandes ventanales, reclama para si un obligado saludo. Al fin y al cabo es la madame más solicitada del local rojo de la calle Essex y reclama para sí, antes de entrar a mayores consideraciones, una aproximación educada, un guiño cómplice de viejos conocidos pues, para ella, los formalismos son importantes. Parece decir.

Duck or Goose?

Es la hora. Me deshago de la bufanda, la gorra, los guantes, el abrigo (no precisamente en este estricto orden) y desnudándome inicio el ritual. La carta palpita ansiosa en el interior del bolsillo.

¡Espera, espera!. ¡Aún preciso del dorado elemento para poder completar lo pactado!.

Froto una contra otra mis manos, el cuerpo se estremece, respiro hondo. Ha llegado el momento sublime.

-Half a lager, please.

La carta sale en volandas del tres cuartos, se sitúa a la distancia precisa ante mis ojos.

-Here you have, One fourten. Espeta tras la barra el camarero.

-Thanks. Respondo alejado en mis pensamientos e intenciones. Al otro extremo de la barra unos clientes apuran cigarros y pintas. Uno viste un kilt.

THERE IS NOT TIME LIKE GUINNESS TIME

Reza grabado en bronce, justo en la cumbre de la barra, animandome a sosegarme. Al lado, en un papel amarillento se anuncia:

TEMPLE BAR T-SHIRT £5. POSTCARD 10p

Cierro los ojos, el refrescante néctar desciende lento, ya sabes de mi afición a él, aplaca el ansia y calma la excitación. Me prepara para el momento deseado y, por instantes, me reconozco en el albo cordero.

Estoy listo.

Rasgo, al fin, tus papireas vestiduras. Los dedos urgan impacientes en su interior, encuentran el preciado tesoro. Las palabras se despliegan ante mis ojos sedientos, se expanden tras un Big Bang, tragándose a su paso un planeta tras otro. Rebotan en las oscuras y distantes paredes, confines ocres de mi universo, se contraen y en su apresurado reagrupamiento, relampageante camino, adquieren el enorme peso gravitatorio que la materia universal concentrada, polvo celeste, en un solo punto, ínfimo, microscópico, es capaz por si misma de anular las lógicas leyes de la física y la química sensual.

En instantes, las hojas de papel, mapa celeste de tus sentimientos, guían a este navegante solitario tras tormentosa travesía hacía el abrigo, al remanso de tú puerto abierto, ahora, de par en par, con la caricia sedosa que la estela plateada de la quilla de mi barco dibuja sobre las líquidas sábanas de este océano que nos separa. Mi velero, erguido, hace su entrada, balanceandose suavemente, por la bocana del canal y allí, en la dársena, fondea profundamente para desembarcar las simientes traidas desde estas tierras lejanas en impetuosas conmociones. Y así, repitiendo la estiba hasta altas horas de la mañana, bañado en hermoso sudor, agotado placenteramente, el estibador yace apretado a las tiernas carnes de su amada. Fundidos ambos en lentas y perezosas caricias sucumben, por fin, en el deseado sueño.

 

Alisio Horizontal

Leopoldo Emperador 1988.

Boceto instalación. 1988.

Alisio Horizontal fue una instalación realizada en la Sala Montcunilll de Terrassa en 1987 con motivo de la exposición individual “ Vestigios de un recorrido imaginario”.

La pieza constaba de una línea ascendente de ángulos de hierro, que a modo de repisa sustentando piedras de diferentes tamaños, recreaban el perfíl ó, sky line, de la isla.

Esta pieza es susceptible de instalarse en todo el perímetro de una sala, creando un circo pétreo como bien pudiera ser la caldera de Tejeda.

Un paseo de Père La Chaize en Las Canteras

Pasados ya varios años y aún gratamente sorprendido por la contemplación de “El origen del mundo”, cuadro que Gustave Courbet pintó en 1866 y que actualmente está expuesto en Le Musée d´Orsay, después de que Jacques Lacan, el eminente psicoanalista francés, celosamente lo ocultase en su despacho de las miradas lascivas durante años tras unas cuidadas cortinas, a tal propósito dispuestas, o  quizá preservando, más bien así lo creo yo, este tesoro de la barbarie moralista para que llegase hoy incontaminado y fresco a nuestros ojos. Con esta obra de Courbet aún en la memoria, digo, quiero iniciar una reflexión personal sobre la problemática de la imagen y su representación. Este cuadro, “El origen del mundo”, es una interpretación sublime, atrevida e inteligente con la que Courbet, a mediados del siglo XIX, nos avanza ya una visión absolutamente actual de esta complejidad.


Gustave Courbet. El origen del mundo. 1886 . Museo Quay D´Orly.

Personalmente considero este cuadro como una referencia adecuada para iniciar esta reflexión y con el cual establecer una  línea argumental a la hora de analizar la imagen, en este caso, del cuerpo, su significado y  su proyección espacial. “El origen del mundo” es, a mi entender, un cuadro, una imagen que se presta bien para tal propósito por su singularidad y las múltiples lecturas que sugiere.

 Este análisis me lo planteo como un sano ejercicio mental a la vista del proyectado monumento “Homenaje a Alfredo Kraus”, del cual es autorel escultor Víctor Ochoa, y que ha sido recientemente presentado a la opinión pública. Para que esta reflexión sea, por lo menos, amena y  útil (que así lo espero) para el sufrido lector, tres ciudades diferentes, aunque sin un orden cronológico establecido; París, San Petersburgo y Las Palmas de Gran Canaria, me sirven de escenarios para desarrollarla. Tres espacios y  tres tiempos en  los cuales ubicar este análisis a la luz del conocimiento que, afortunadamente, la historia del arte nos ha enseñado.

Paris, Agosto 1995.

Sofocados por un caluroso día veraniego de este París luminoso, y bajo el aplomo de los dardos que, sin duda alguna, Helio nos lanza inmisericorde para poner a prueba nuestro empeño de conocimiento (algún precio hay que pagar por el deleite estético), nuestros pasos se encaminan a la búsqueda de una apacible  umbría que alivie semejante sofoco. Buscamos un reducto que nos  refresque e invite a seguir deambulando, yo atento (esta es siempre mi intención) con la mirada alerta a todo lo que París, ciudad culta donde las haya, me ofrece para saciar esta sed de estremecimiento estético y aplacar también de paso, como no, en cualquier terraza parisina (con sus pequeñas y redondas mesas apiñadas en  un orden escrupulosamente incómodo), la otra sed;  la propia de este esfuerzo, no exento de placer, que el estío parisino me produce.

Así, de esta guisa, me dejo caer  junto a Cristina, Miki  (nuestros anfitriones en París) y Zoraida  en  una de esas terrazas:

“Garçon; une  pression, s´il  vous plait”. Requerimos al unísono con algo de impaciencia, y no es para menos.


Françoise Rude. Friso de la Marsella. Arco de Triunfo. Paris 1897

Frente a nosotros, justo cruzando el Boulevard de Ménilmontant, las puertas del cementerio Père Lachaise se abren invitándonos a entrar en el anhelado remanso de sombra que, bajo el frescor de los frondosos castaños que se alinean en las avenidas de esta moderna “ciudad de los muertos”, se nos ofrece para poder continuar la plática agradable y agradecida que habíamos comenzado horas atrás. No fue la casualidad, tampoco la tournée turística al uso lo que nos llevó hasta las puertas de Père Lachaise. No, nuestros pasos se iniciaron en esa dirección desde el Balzac de Rodin (1897) en el Boulevard Raspail, pasando, antes o después, bajo el friso de La Marsellesa (1833-1886) de François Rude en el Arco de Triunfo. La indagación sobre la  estatuaria pública parisina era la que nos obligaba a cubrir esta etapa, nada desdeñable, de la monumentalidad escultórica que la ciudad luz despliega ante los ojos del atento y avispado fruidor. Los ejemplos del arte romántico, y concretamente el funerario, eran el leiv motiv imprescindible para nuestra presencia en Père Lachaise y completar, así, esta indagación. Nada había en nuestro interés cercano a la nostalgia y la metafísica a la  que un cementerio nos pueda provocar:  no, sólo la escultura en sí, su significado y su ubicuidad  espacial eran el acicate para tan osada incursión en  semejante territorio.

Una vez dentro ya de Père Lachaise, en la avenida central que domina y distribuye los diferentes paseos serpenteantes que recorren este laberinto de odas a la eternidad,  nos sorprende la escultura “El monumento a los muertos”, con forma de mastaba egipcia, realizada por P. A. Bartholmé,  una de las obras más representativas de la estética funeraria romántica. Este monumento hace que las palabras: ”A  nosotros dos ahora!”; lanzadas por Restignac (héroe de Balzac), desde lo alto de esta colina con todo París a sus pies y en medio de tumbas (donde antiguamente se encaramaban los pequeños pueblos de Belleville, Ménilmontant y Charonne y que hoy en día constituyen el 20 eme arrondisement del actual  París), resuenen  como hojas violentamente impelidas por el gélido viento otoñal y nos obliguen a recordar que la historia de este espacio urbano y  simbólico de Père Lachaise, en el que nos encontramos, obedece a una idea y a un diseño  preconcebido.

Esta colina, que fue adquirida en 1626 por los jesuitas y renombrada como Mont-Louis, era ya conocida en el siglo XII como Le Champ de l´Evêque donde se pisaba la uva. Pero no sería hasta el año 1665 en que el confesor de Luis XIV, el reverendo Père François d´Aix de La Chaize, que reside en ella hasta 1709,  la rehabilite restaurando las edificaciones en ruina y dándole un nuevo significado urbano. En 1803, la colina pasa a ser propiedad del Estado y Nicolás Frochot (gobernador de París), por indicaciones expresas de Napoleón, crea en ella el tercer cementerio extra-muros de París. Por estas fechas los cementerios intra-muros de París estaban saturados, la ciudad no sabía qué hacer con sus muertos y el riesgo de epidemias era permanente. En 1765, una ordenanza de la Asamblea Nacional establecía que: “El suelo de París no puede asumir más cadáveres, los cementerios deben ser suprimidos”.

Es, en este  momento, cuando París pone en marcha el proyecto del cementerio de Père Lachaise, y será Alexandre – Théodore Bronginart el arquitecto que lleve a cabo dicho proyecto: concebir un cementerio inédito en Francia, un inmenso jardín donde árboles majestuosos  de esencias variadas rodeen sepulturas esculpidas y por el cual se pueda pasear agradablemente sin estar agobiado por la presencia de la muerte. Bronginart realiza un parque sin estructuras pesadas, su diseño del espacio es irregular y aéreo. Père Lachaise se inaugura en 1804, momento histórico en que Napoleón instituye los fundamentos de los derechos y deberes de la Nación para con sus muertos: “Impíos, ateos, suicidas, comediantes, y todos los excluidos por la Iglesia, tienen derecho a ser enterrados, sea cual fuese su raza o religión”, así reza el decreto del emperador.

De esta manera, Père Lachaise se convertirá en el primer cementerio laico y moderno de Francia y, posiblemente, del mundo occidental. Pero esta concepción moderna va mucho más allá de que judíos, musulmanes y ortodoxos, ciudadanos de todas las creencias, vean cómo sus sepulturas comparten el mismo suelo de la urbe que, junto a los católicos, han construido y compartido. Es la tolerancia, el espíritu moderno, en definitiva, el lema de la revolución francesa; “Solidarité, Egalité et Fraternité”, el concepto primigenio que subyace en Père Lachaise. La libertad de alegorías, el despliegue de símbolos sobre los monumentos (unos haciendo referencia a las tradiciones de las religiones monoteístas, otros a las sectas esotéricas, otros a los antiguos cultos griegos, egipcios; emblemas de Horus y Osiris, los dioses egipcios de la muerte y la resurrección, pirámides, obeliscos, etc…), conforman el vasto corolario de formas que el libre pensamiento de la revolución aporta. Expresión esta, en la que la masonería también está presente con sus símbolos, que va a dar lugar a la definición de un arte funerario moderno que ha llegado hasta nuestros días, con su iconografía, su especialización y su espacio representativo; una estética romántica de la nostalgia  hacia los que nos han dejado: si ellos ya no están  entre nosotros su imagen debe perpetuarse incorrupta, a su mayor semejanza, en la memoria de los vivos.

Este apego al cuerpo permanece arraigado en nuestra cultura y sociedad actual; la no  superación del miedo a su pérdida, su ausencia, la negación de nuestra realidad última y cierta de la vida, es lo que motiva esta idea de que la muerte está totalmente domesticada, al menos eso creemos,  y por lo mismo la exorcizamos inmortalizando a los fallecidos. Para ello, la forma es fundamental, pues la memoria ha de estar consensuada en cánones y recetas establecidas y, sobre todo, reconocibles para que la imagen permanezca incorrupta.

De aquí que la referencia al “Origen del mundo”, con la que inicio esta reflexión, se justifique por la radicalidad con que Courbet plantea esta cuestión del origen y final del cuerpo, ese soporte por el cual  gozamos de la vida y que mediatiza nuestra interpretación y conocimiento del mundo mientras permanecemos en él. No es otra sino  la imagen de este cuerpo sin rostro, cierta, palpable, real y sujeta a la especulación intelectiva, la que interesa a Courbet y, con ella, nos interroga: ¿Es la imagen de un cadáver que yace en la mesa de disección, así parece sugerirnos ese muslo descoyuntado; o es la amante plena y abierta para que el amor engendre la vida?. Es en este juego sutil de adivinanzas donde Courbet nos propone precisamente la paradoja que él mismo experimenta: el cuerpo es donde reside y se desarrolla nuestra inteligencia y por ella  es por la que, mientras vivimos y en tanto en cuanto experimentamos la vida, nos hacemos con una imagen del mundo que toma forma subjetiva. Así, de esta manera, el mundo existe y, por tanto, cada uno de nosotros puede hacerse con  una imagen del mundo, de su origen y su final. En ello reside el poder de la imagen, parece querer decirnos Courbet con este cuadro.

¿No es, acaso, ésta la misma e inquietante paradoja que sobre la imagen y su representación nos plantea Réne Magritte en 1929 con el cuadro“Ceci n´est pas une pipe”?.  ¿Qué otro interés podemos deducir  de la ocultación, deliberada, que de esta imagen hace Jacques  Lacan?.

Es en este sentido en el que Père Lachaise, con su simbología, se opone a la idea que emerge con el pensamiento contemporáneo que inaugura Courbet. En Père Lachaise se armoniza el deseo vehemente de trascendencia de la burguesía con la puesta en escena de la muerte. Aquí no se indaga en el origen ni en la vida misma, es la muerte en sí, su iconografía, lo que impulsa el pensamiento de su creación, es, como hemos apuntado antes, “la muerte domesticada”.

 


Arnold Böcklin. La isla de los muertos. 1880.

Pére Lachaise es un espacio donde  reina, ante todo, la calma, la poesía y el recogimiento; es la atmósfera de “La isla de los muertos” (1880) de Arnold Böcklin (Kunstmuseum. Basilea, cuadro que inicialmente su autor  titula “Un lugar tranquilo”), lo que dimana de este recinto de Pére Lachaise, donde Octave y Armance (héroes stendhalianos) errarán para siempre; es el lugar que Stendhal considera como “jardín inglés, el único verdaderamente bello que existe en París”.

Es la sensibilidad romántica lo que hace que el arte funerario de Pére Lachaise sea, sobre todo, ecléctico; se mezclan el gótico y el románico, el renacimiento y el clásico. En Pére Lachaise se define la estética de una burguesía arrogante y deseosa de igualar en prestigio a la nobleza ya extinguida por la revolución. Será el lugar simbólico, por antonomasia, de este nuevo orden, de esta  concepción del mundo y de su voluntad por permanecer y reafirmar su poder manifestándose, incluso, sobre sus últimas moradas y monumentos a la memoria de sus prohombres, ciudadanos de toda índole y condición al servicio de la revolución. Para ello se recurre al vocabulario y a la estética de la antigüedad, se encarga a los artistas sepulturas con forma de estelas funerarias, sarcófagos, columnas, urnas, ánforas, etc…, todo decorado con laureles y hojas de olivo. Es, en definitiva, la exaltación de sus héroes.

En 1844 Eugene Delacroix proclama: “Suscriptores de cualquier condición, gentes que apoyen las artes, hagamos una tumba digna a Géricault!”. Théodore Géricault (1791-1824), autor de La Balsa de la   Medusa (Museo del Louvre) había muerto en la  miseria veinte años antes.

San Petersburgo, Octubre 1917

La película épica que Einsentein realiza sobre la revolución proletaria se inicia con el plano de una escultura duramente iluminada contra un cielo oscuro, es la estatua del Zar Nicolás II, la cual Einsentein explora detalle a detalle construyendo así una imagen del poder imperial. En la escena que sigue a este dramático preámbulo de la historia que se va a narrar, una enfervorizada multitud ocupa la plaza donde la estatua se encuentra, y atando cuerdas alrededor de ella la derriban de su peana. Con este acto, Einsentein  simboliza la caída de la Dinastía Romanov yun orden puesto en cuestión.


Sergei Einsentein. Fotograma de Octubre. 1927-28

En esta primera escena, Einsentein apunta ya los dos ejes de su relato, las dos metáforas opuestas que establecerán su análisis de la historia, y el espacio en que esta sucede. La multitud y el espacio urbano por el que aquella se mueve representan al héroe de la revolución: el pueblo; mientras que su enemigo: el Zar, permanece estático y fundido en bronce, como  metáfora de la relación que se establece entre ideología y espacio formal, alegoría que Einsentein quiere establecer a través del significado de la estatuaria. En esta película, la resistencia por mantener el poder imperial se materializa en estos actores sucedáneos: las esculturas. Einsentein establece, mediante el uso de la estatuaria, una identificación de sus  particulares iconos con sus particulares puntos de vista políticos.

En otros cortes de la película, Einsentein utiliza diferentes esculturas,  imágenes de Napoleón, figuras de Cristo e incluso ídolos primitivos, para desarrollar su discurso sobre el poder. En un momento dado de la película nos muestra a unas mujeres soldados, que bajo la mirada de dos obras de Rodin, “El Beso” y “El ídolo Eterno”, defienden el Palacio de Invierno del inminente ataque bolchevique. Estas  esculturas de Rodin (en su versión de mármol), Einsentein las convierte, por su tratamiento de la imagen, en suaves masas de carne que las milicianas observan con ensimismamiento y fascinación estática. De esta manera inmortaliza un sentimiento que, obviamente, él aborrece: la nostalgia por las decadentes fantasías burguesas del amor.

El interés que Einsentein muestra por estas esculturas -y por todas en general- no es su cualidad  mimética, tampoco su capacidad para imitar a la carne. No, es el poder de encarnar ideas y actitudes lo que motiva la utilización de la estatuaria para su proyecto. Esta es  la asunción  fundamental que la escultura, y todo el arte en general, tiene para  Einsentein  como recurso narrativo.

Las Palmas de Gran Canaria, Diciembre 1999

Es una de esas tardes nítidas de diciembre en las que, admirando el espectáculo que despliega la naturaleza ante mí en el Paseo de Las Canteras, no tengo palabras para describir cuanto acontece ante mis ojos, pero sí me obliga a reflexionar en voz alta sobre este espacio privilegiado y el proyectado monumento a la memoria de Alfredo Kraus, cuyo autor, Víctor Ochoa, y el Ayuntamiento de Las Palmas han dado a conocer recientemente a la opinión pública, como he comentado al inicio de este texto.

Victor Ochoa. Maqueta escultura Homenaje a Alfredo Kraus.

Aunque no he tenido, aún, el privilegio de contemplar el asombroso instante del Rayo Verde, ese segundo mágico de brillo límpido y verde que sucede ocasionalmente en la puesta de sol, que incluso Eric Rohmer filmó aquí, en Las Canteras, cuando la atmósfera y el último segmento luminoso desaparece por el horizonte para ser cómplices,  ambos en conjunción, de ese prodigio extravagante de la naturaleza, sí que me gustaría recurrir a esta imagen para poner un final poético a esta reflexión que entra ya en sus conclusiones, sobre la escultura “Homenaje a Alfredo Kraus, de Víctor Ochoa,  su significado y su ubicación en el Paseo de Las Canteras.

Esta de más decir, que no voy a ser yo quien ponga en duda la legitimidad del homenaje que la ciudad que vio nacer a Alfredo Kraus quiere rendirle, nada más lejos en el propósito e intención de mi análisis.

Esta reflexión, que es absolutamente respetuosa para con la figura y personalidad de Alfredo Kraus, intenta  modestamente aportar claridad y elementos de juicio para que los ciudadanos, quienes son en última instancia los depositarios de su memoria, tengan herramientas de apreciación más ecuánimes que la simple y, normalmente manipulable, sensiblería a la que estamos acostumbrados.

Para un artista intervenir, hoy, en el espacio urbano le es imprescindible y fundamental imbuirse de su complejidad para que, así,  el significado de su obra se armonice en un todo con el entorno que la acoge.

Todo el planteamiento que anteriormente he expuesto sobre la estética romántica, las referencias a Pére Lachaise y aobras concretas de Courbet, Böcklin y Einsentein, son puntos de arranque para  un análisis, que pretendo riguroso, sobre esta escultura “Homenaje a Alfredo Kraus” de Víctor Ochoa.

 Como ya he comentado, Courbet utiliza en “El origen del mundo” un cuerpo anónimo para cuestionar su significado. Böcklin, sin embargo, en “La isla de los muertos” minimiza la presencia del cuerpo a una anécdota, a una simple pincelada sin importancia en la estructura del cuadro para concentrar su interés en la morfología  de la última morada que lo acogerá, el escenario de representación de la muerte.

En esta misma línea argumental, el Balzac de Rodin que también he mencionado, fue en principio concebido por su autor como una figura desnuda, pero en su versión final aparece completamente arropado por su abrigo. Es aquí donde el tratamiento de la superficie de la materia escultórica (y Einsentein así lo entiende e interpreta a través de la iluminación en su película “Octubre”), define y potencia el significado de la misma. Los brazos y las manos se adivinan bajo la tela sujetando el  abrigo  y así  el cuerpo de Balzac senos muestra como la caída, desde los hombros hasta los tobillos, de una materia flexible y dúctil. Esto hace que la figura del escritor trascienda lo efímero del cuerpo para concentrarse en el significado que Rodin quiere dar al monumento. La ausencia de brazos fuerza la  verticalidad de la figura y, así, el cuerpo se transforma en una columna, en un mero soporte para que la cabeza, donde reside el genio y la inteligencia de Balzac, sea la protagonista de este monumento: el pensamientoes  algo que existe aparte del finito cuerpo,  esto es lo que le interesa remarcar al autor de la figura de Balzac. De esta manera, con el tratamiento del espacio escultórico, Rodin logra trasmitir su idea y, así, fuerza  al espectador a reconocer la obra como el resultado de un proceso, como un acto que modela la figura en el tiempo y su significado no precede a la experiencia, sino que sucede en la experiencia misma. En ninguna otra obra de Rodin como en este monumento a Balzac el tratamiento de la superficie  de la escultura acoge tan elocuente y directamente explícito su significado. Con ella, Rodin inaugura un concepto moderno de la estatuaria.


August Rodin. Balzac. 1897

En la escultura “Homenaje a Alfredo Kraus” de Víctor Ochoa, motivo de esta reflexión, el tratamiento del cuerpo es explícitamente narrativo. Su solución compositiva y su textura, más bien parecen querer hacernos visible el proceso natural de la desintegración del cuerpo. No es sólo lo que la imagen de esta obra nos trasmite, con esas incisiones a modo de costillares que se dejan entrever bajo la fina capa de la piel, sino que, como señala en sus declaraciones; “partiendo de mi interés por el aspecto  físico del hombre, voy cubriendo la desnudez para ir dejando sólo lo esencial y que tenga más fuerza, como si la pieza saliera de la piedra o, en este caso, del bronce”, el autorquiere hacer énfasis en esta idea superficial. Esta afirmación deja evidente, a mi entender, que su intención es concentrarse en lo que para todos es sabido y finito, el cuerpo. La sola explícita referencia a la piedra, a lo terrenal, entra en contradicción con lo esencial  a loque el autor se refiere también pero no define. Lo efímero de la voz, el sonido, y en definitiva, la música, es decir, el mundo de Kraus que una vez más, paradójicamente, Víctor Ochoa remarca en otro apartado de sus declaraciones: “El mundo de Alfredo Kraus era el escenario, pero ahora su escenario es el mundo”, queda postergado a una indefinición de ese  mundo. ¿A qué mundo de Kraus nos remite el autor con estas palabras?. ¿Es la música, como hemos comentado, el mundo de Kraus o es el espacio físico y mensurable de cualquier escenario teatral a donde el escultor quiere remitirnos su figura?.


Homenaje a Alfredo Kraus. Victor Ochoa. 1999.

Este salir de la piedra que menciona Víctor Ochoa puede ser fácilmente leído, por la solución plástica que aplica al monumento, como un volver a la tierra: “polvo al polvo”. Así, lo incorpóreo y esencial de Alfredo Kraus, su espíritu y su arte quedan atrapados sin expresión, para siempre, en un cuerpo que sabemos finito y que sólo la resistencia de la materia, en este caso el bronce, hará que perdure en nuestra memoria, y esto es lo que menos nos interesa, a mi entender, de la figura de Alfredo Kraus.

Esta es una imagen de Kraus  esencialmente opuesta a lo etéreo de su cualidad, su arte. Arte por el que realmente se le debe recordar, homenajear, y rendir tributo agradecido. Es lainterpretación primaria sobre su aspecto físico y no, como hemos señalado, sobre su personalidad y cualidad lo que el autor de la escultura desarrolla en su propuesta plástica y subraya, eficientemente, en sus reflexiones: “no soy la persona que mejor conoce su música o su tierra”. Plásticamente, el proyecto de Víctor Ochoa abunda en esta idea intrascendente, a mi parecer, de lo que representa Alfredo Kraus. La ligera inclinación que aplica al cuerpo, con la mirada depositada en un punto definido del suelo, acentúa esta intención de apego a lo  material y finito que tiene el cuerpo y que, a la vista de sus comentarios, el autor quiere primar sobre otras consideraciones de la personalidad de Alfredo Kraus. También el análisis formal de esta escultura nos lleva a la misma conclusión por  la posición de los brazos, caídos y arqueados a un lado, con las manos vacías de contenido, en un gesto de resignación e impotencia para poder detener, y así parecen sugerirnos, lo que nos es evidente: cómo se escapa la vida, en este caso la de Alfredo Kraus,deentre los dedos. Esta solución formal que nos propone Víctor Ochoa en el monumento, con sus elementos compositivos y su textura, ¿no podrían incitarnos a entenderlo como una oda fúnebre, como un canto nostálgico hacia la desaparición de Kraus, su ausencia física y, no como una celebración agradecida sobre su legado?. ¿No nos evoca acaso esta escultura, con la tristeza que su resolución plástica irradia, a un recinto como Père Lachaise o a la atmósfera nostálgica de “La isla de los muertos”, más que remitirnos al diáfano, nítido y luminoso espacio de Las Canteras, donde el misterio de la vida y la creación, el escenario de Kraus, se nos presenta pleno como en “El origen del mundo” de Courbet?.

¿Es ésta realmente la esencia del recuerdo de Alfredo Kraus que sus conciudadanos desean conservar de él y el agradecimiento que merece?.


Homenaje a Alfredo Kraus. Victor Ochoa. 1999.

¿Puede haber alguien que no sea capaz de imaginar a Werther ante el espectáculo de Las Canteras, con o sin el Rayo Verde, la mirada alzada, los brazos extendidos, las yemas de sus dedos rozando la inmensidad y entonando un Do de pecho, cómplice de los sonidos del mar y del viento para gozar él, una vez más, de su mundo, de lo inmaterial de su arte, que la vida finita esta le ha arrebatado, y dejar así, en la memoria de sus paisanos la presencia de su  maestría y grandeza?.

Leopoldo Emperador. Enero 2000.

La Provincia Suplemento Cultural  Sábado 29 Enero 2000

the snake

Un poema de Leopoldo Emperador. 1983.

Like the snake

who’s lost on the desert,

I break rocks….

     Brain …

in the seventh drink.

Her breath on crystalline ideas.

Like lost noises

in a deep starry sky,

in the depth.

Even so,

I don’t want to begin to lose

your skin,

your breath

Through the looking-glass,

through the time…

Almost falling down between …

UN PASEO A MEDIADOS DE AGOSTO POR FRIEDRICHS-PLATZ.

Como
cada cinco años, una vez más, se presenta ante nuestros, ya no atónitos,ojos LA
DOCUMENTA DE KASSEL, abriendo, por un período más o menos corto, heridas,
amores, odios, traiciones y toda una amalgama de sentimientos según le atañe a
cada cual en sus intereses estéticos. Se abre pues un debate apasionada, una
polémica y sobre todo, para los más ingenuos, unas líneas o modelos a seguir en
los próximos cinco años, hasta una nueva edición. Así, recuérdese, en la
Documenta 7 se institucionalizó el regreso a la pintura; Transvanguardia,
Neo-Expresionismo.

Kassel,
LA DOCUMENTA, a lo largo de su dilatado y polémico historial (38 años) ha ido
ocupando los espacios, que por obsoletas, iban cediendo las famosas bienales
(Venecia y Sao Paulo) en lo que estas tenían de aliciente y atractivo para la
presencia del Arte más actual, y por supuesto después de la DOCUMETA 7, incluso
el espacio de las ferias de arte en cuanto a espejismo y efectividad en la
proyección de los artistas más jóvenes. A pesar de estas contradicciones
internas, LA DOCUMENTA es ya una “institución” en marcha. Quiero decir con ello
que hoy por hoy es el único evento internacional de buena convivencia entre las
diferentes opciones y posiciones estéticas que el Arte Contemporáneo pueda
ofrecer.

Así,
en esta edición, LA DOCUMENTA ha pretendido presentar bajo el disfraz de “NEO”
Conceptualismo algo mucho más sutil, problemático y evidente del momento actual
que vivimos en el arte. No solo se pretendía presentar los posicionamientos
estéticos sino todo aquello que envuelve al acto de crear en un mundo tan
complejo como el actual.

En esta DOCUMENTA 8 el uso de la tecnología (video, computadoras, etc…) se dejaba sentir a lo largo del recorrido laberíntico del Museo Fredericianum y La Orangerie, con sus deliciosos jardines, como algo consustancial al momento presente; como un guiño de los artistas, entre pícaro y provocativo, a un presente no muy lejano. A su vez, era evidente que esta incursión del Arte por los senderos de la tecnología no iba a ser un camino sencillo, es más, salvo honrosas excepciones: Nam June Paik, Marie- Jo Lafontaine, Ingo Gunther, Klaus von Bruch, Jenny Holzer, Shigeko Kubota y Fabricio Plessi, lo demás podría pasar por meras especulaciones tecnológicas. En contraposición de lenguaje, la pintura, poco de interés ofrecía, salvo unos magníficos Anselm Kiefffer y unos exquisitos y enormes dibujos de la japonesa Mika Yoshizawa.

Kassel. Museo Fredericianum.

En el apartado de instalaciones, además de los mencionados en la modalidad de video-instalaciones, los “clásicos” contemporáneos como; Joseph Beuys, representado por su último trabajo, Guiseppe Penone, Boltansky con su habitación-archivo de la memoria y Gerhard Merz ponían el acento en estas prácticas. En escultura, el proyecto MÜNSTER PROYECKTE SKULPTURE ´87, desarrollado en la ciudad de Münster, distante a 160 kilómetros de Kassel, anulaba toda representación y comentario sobre escultura en Kassel, puesto que con toda una selección de 60 artistas, la ciudad de Münster se convirtió en un gran Museo y cita obligada para los interesados fruidores del Arte Contemporáneo. No obstante, no podríamos dejar de mencionar a Richard Serra representado en Kassel con dos magníficos trabajos entre escultura e intervención (donde están los límites?) en la arquitectura y en el tramado urbano. Y serían precisamente Serra junto a John Cage, Tadashi Kuwamata y los affiches de Les Levine, repartidos por toda la ciudad, serían decíamos, las propuestas más radicales y próximas a las intenciones del comisario de esta edición de LA DOCUMENTA, evidenciar lo que de social tiene el Arte. Así en este intento se incluyó en DOCUMENTA 8 un apartado de diseño y arquitectura museística que en líneas generales, estas disciplinas quedaban abrumadas por la presencia masiva de imágenes, más o menos amalgamadas, dislocadas, contradictorias e inútiles, pero eso es, al fin y al cabo, el Arte y Kassel, ya lo hemos dicho, es hoy por hoy el evento artístico más importante del mundo occidental.

Leopoldo Emperador. Octubre 1987.

TRAVESÍA

            En esta laberíntica incertidumbre, me sitúo en la costa africana. Y desde este litoral inicio singladura con un punto de partida en el paradigma y una derrota aún misteriosa y emblemática.
            Entre una cultura institucionalmente dependiente y una travesía en solitario, elijo ésta última por la intimidad del reducido espacio de mi esquife, por la manualidad del remo y el viento en el paño. Porque el buque a vapor, tecnológico e imponente, se ha hundido ya y su naufragio no ha sido poético como el de la Teodicea en el mar de la ensoñación, sino en el Atlántico mil veces cruzado y espeso de pensamientos hastiados.

Na-ÀNIMIS. Sala La Regenta.