En esta laberíntica incertidumbre, me sitúo en la costa africana. Y desde este litoral inicio singladura con un punto de partida en el paradigma y una derrota aún misteriosa y emblemática. Entre una cultura institucionalmente dependiente y una travesía en solitario, elijo ésta última por la intimidad del reducido espacio de mi esquife, por la manualidad del remo y el viento en el paño. Porque el buque a vapor, tecnológico e imponente, se ha hundido ya y su naufragio no ha sido poético como el de la Teodicea en el mar de la ensoñación, sino en el Atlántico mil veces cruzado y espeso de pensamientos hastiados.