1993

 

 

 

 

 

Embrace me

Hierro

41 x 35 x 21 cm

Colección privada

Tenerife

 

 

 

 

 

Europa

Hierro

41 x 47 x 19 cm

Colección privada

Madrid

 

 

 

 

 

 

 

Fiesta

Hierro

Colección privada

Las Palmas

 

 

 

 

 

 

 

Jill dancing

Hierro

Colección privada

Las Palmas

 

 

 

 

 

 

Jill looking at the north star

Hierro

88 x 86 x 35 cm

Colección Gobierno de Canarias

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Landscape

Hierro

Colección Gobierno de Canarias

 

 

 

 

 

 

 

Minotauro

Hierro

70 x 60 x 25 cm

Colección privada

Las Palmas

FORMAS DE LA PASION. Para J. y para B.

José Carlos Cataño

Embarrancar para construir. Acudir al despiece para fundar, distribuir las formas de una entidad nueva, imprevista, como el sol que cae sobre los mercantes en espera de estiba, frente a Las Alcaravaneras, por ejemplo. Es decir; una entidad, un cuerpo, no tan repentino como luego lo pensamos, y lo acariciamos dormido boca abajo mientras la noche se nos concede blanca, precisamente para escribir y sentir que ese cuerpo era la presencia soñada, la presencia que por fin acude tras larga espera o, sencillamente, después de mucho tiempo de deambular con la mente en blanco, fijándonos distraídamente en los zócalos, en los detalles de las esquinas. Y entonces puede suceder que ese cuerpo no sea tan reciente, como tampoco el sol que emerge cada día entre los barcos a la espera de atraque.

Jill Dancing. 1995. Hierro forjado.

Y sin embargo, hemos de creer que la entidad que amanece a nuestro lado -cuerpo, pieza escultórica, texto- es nueva. Porque con todos los preámbulos, con todo aquello que de nuestro obrar se nos veía venir, su luz nos sorprende. Y nos deleita la armonía de unas formas en la que ya apenas creíamos, por la inercia contra la que debemos estar vigilantes. Y nos enamoramos del trabajo de ir descubriendo algo que, por fin, nos apasiona y nos quita el habla para tan sólo decir: es eso.

¿Es esto un poema de amor?. ¿Es esto un texto para acompañar a la obra reciente de Leopoldo Emperador?. Ambas cosas, y dos secretos más, que únicamente al escultor y al poeta le conciernen. Porque son presencias, como antes he aludido, que se manifiestan en la materia. Pero están -en su caso, está- al otro lado de lo evidente, como la sombra iluminada que dicta en la pared una escultura de Leopoldo Emperador.

Muchas son ya las complicidades entre el escultor y el poeta. Como las noches azules en las que han coincidido nuestras respectivas presencias ausentes, atravesando nuestras travesías y marcándonos la encrucijada, el reto, la elección y el riesgo.

Lo que me gustaría referir ahora no es la historia de esas noches, insulares y continentales -brumas del Norte esclarecidas al aire de nuestras islas- , sino la capacidad de sorpresa con que Leopoldo Emperador vuelve a regalarnos. Y capacidad de sorpresa quiere decir hallazgo inusual, completud al margen de dogmas estéticos, entregado al amor, lúcido, de quien es plenamente consciente de haber elegido un camino solitario, y atemporal, como le comentaba el artista catalán Jordi Benito a propósito de su reciente exposición en Barcelona (”NA- àNIMI”, Centre d’Art Santa Mónica, abril de 1993).

Cuantos artistas pueden borrar hoy en sus obras la frontera entre amor y trabajo? O cuantos han reparado, siquiera por un momento, en esa antigua alianza?. En Leopoldo Emperador, el amor por el desguace y el amor por una figura sorprendente viene a ser lo mismo. Y ahí radica la especificidad de su trayectoria, la inspirada singularidad de su travesía. Por eso, quienes escribimos no de memoria sino con las entrañas, volvemos a sentirnos cómplices de la noche encendida del taller a la interperie, doble del otro taller, oro y azul, donde porque es capaz de sentir, es capaz de crear formas de la pasión.

Barcelona, 1 de Junio de 1993.

1992

 

 

 

 

 

 

 

NA-àNIMI IV

Hierro.

Colección privada.

Las Palmas.

 

 

 

 

 

 

 

NA-àNIMI V

Hierro.

102 x 71 x 26 cms

Colección privada.

Las Palmas.

 

 

 

 

 

Naturaleza muerta

Hierro.

153 x 66 x 54 cms

Colección CAAM.

Las Palmas.

 

 

 

 

 

 

 

NA-àNIMI VII

Hierro.

72,5 x 39 x 36 cms

Crónica de un instante

Vicente Mirallave

Leopoldo Emperador se asoma de nuevo al mundo desde la perspectiva de aquellos que día a día intentan salir de la mediocridad y de la venta al por mayor del objeto artístico, para ofrecernos lo ultimo de su produccion donde plantea un juego sutil, un escarceo intelectual, entre dos binomios apasionantes: Naturaleza – Arte y Técnica – Arte.

Y lo hace rebuscando en lo mas interior de su experiencia plastica, desde los “Alberos” hasta “Casa-Mesa” y “Gato”, donde los actos de fundacion y la utilizacion tímida del despojo, comenzaba a predecir lo que ahora empieza a suceder.

Para ello, exhibe con gracia y magia, reorganizaciones de materiales dislocados, separados brusca, técnica o ecologicamente de su cuerpo matriz. Es la belleza del despojo, tanto si se trata de chatarra industrial, como si de basura ecologica o naturaleza muerta, lo que obliga a diagnosticar las claves de una supuesta estética del desperdicio desde su propia contradicción interna: lo organico seguirá muriendo pese al latex, lo inorganico cobrará vida pese a su muerte aparente. Solo en este caso elevar a la categoría de belleza el retal industrial puede además ser la última fase del propio proceso de producción.

Ya no hay sobrantes, ya no existe la chatarra porque todo se aprovecha. La basura industrial se activa. Esta ambigüedad, esta incertidumbre, nos propone un acercamiento hacia la posible disolución de la ética de lo útil. Igual que Laurie se pregunta que es más macho, ahora cabe indagar sobre qué importa más: lo claro o lo oscuro, lo positivo o lo negativo, el todo o la nada, el molde o la pieza, la verdad o la mentira…

Construir espacios con piezas vaciadas es definir un papel para el vacío. Si la nave es el producto del positivo, ahora el arte que se genera es el fruto del negativo. El orden impuesto a la chatarra es la provocacion consciente e intencionada del Orden; el orden de lo útil se complementa con el orden de lo inutil; se acaba por desestabilizar el sistema -Marcel sonrie – no hay siquiera necesidad de recuperar totalidades en este discurso del fragmento, en el sistema complejo de herejías emancipadas.

En paralelo, los intentos de nueva fundación son constantes, las piezas escultóricas o instalaciones verticales, a modo de nuevos totems, de nuevos hitos para el goce artístico, se erigen como espacios excluyentes y se sirven como pilares donde sustentar este momento fecundo e iluminado. Este proceso material de montaje se complementa con el proceso espiritual de deleite ante la multitud de formas, significados y texturas sensibles que constituyen las esculturas de Leopoldo Emperador.

Sorprende ademas el cambio de escala, de la gran escala a la pequena escala más domestica. Pero tambien de lo más conceptual se pasa a lo más sensorial, mayor riqueza en el detalle. Sorprende por tanto y como corresponde, la barroquizacion del objeto, el abandono, al menos por ahora, de la forma pura, del valor exclusivo del espacio sereno generado por la geometría básica y del concepto, hacia concepciones quizas menos puristas pero no por ello menos intelectuales, desde luego de percepcion difícil y no aptas para el consumo inmediato, afortunadamente. Lo fractal adquiere valor interno y el detalle no es adorno, no es banal. Es preciso y necesario si se quiere entender el objeto, puesto que es su esencia, su razón de ser. La nostalgia imprimida por el fragmento es la mejor cajita cornelliana del recuerdo.

¡Ah!, se me olvidaba, tampoco es posible su reproducción, Walter dormirátranquilo, son despiezas unicas.

Vicente Mirallave Izquierdo

La deriva de los tiempos

Antonio Zaya

Si observamos atentamente el libro que sobre Leopoldo Emperador (L.E.) ha escrito Nuria Gonzalez Gili y que ha sido editado en la colección que sobre artistas canarios dirige Fernando Castro (Biblioteca de Artistas Canarios, Vol.9. SOCAEM 1992) para el Gobierno de Canarias, advertimos en primer lugar que lo más relevante de esta obra de L.E. forma parte de un capítulo digerido, efímero, desaparecido o destruido. Así que L.E. no ha afrontado con temor el riesgo de un salto en el vacío, sino un salto sólido. No obstante, esta singladura se anunciaba en dos claros precedentes marinos, previo a este viaje de simultaneidades: “Hacia el paradigma”, donde “el alquimista – nómada le invita a contemplar desde la barandilla de babor la derrota y posterior hundimiento de la Teodicea en el mar de la ensoñación.” y “Mareas”.

Hacia el paradigma. 1987. Instalación.

Esta nueva serie de esculturas de acero que presenta ahora anuncia el final de un ciclo como el principio de algo que ha venido a quedarse. El acero ha sustituido al cristal y la piel y las hojas y el neón y el adobe y la fragilidad. Pero este Ulises no se ha desplazado tierra adentro; ha atracado en los astilleros para reparar y materializar su presencia.

Instalación. El espacio del ensueño. Medidas variables.

El mar ya no es una metáfora del muro, sino el viaje iniciático del regreso y la repeteción, el eterno retorno del tiempo de aprendizaje. Pero el acero es la tierra firme aún en la orilla quebrada de la línea, en el círculo, en el plano de resonancias cubistas, picassianas, de resonancias deco y más que derivativas, retors o nostálgicas de un Gran Arte, estas esculturas de L.E., son renacentistas, sincréticas, mestizas, primitivas y refinadas, europeas y africanas. Pero la hibridación cultista del povera que siempre ha significado la obra de L.E. ha cuajado ahora, no como la nieve sino como la lava; pues este regreso a la tierra que supone el hierro, después de la exploración efímera y el nomadismo de las “instalaciones”, es universalista y está en deuda con los logros estéticos de las vanguardias históricas, que ya no sigue los pasos de la herencia duchampiana sino los del mestizaje pluricultural del que París fue cuna y que truncó la Guerra Mundial: el encuentro africano.

Minotauro. 1995. Hierro. Colección privada. Las Palmas.


Africa es, desde luego, un asunto muy importante para los europeos, especialmente para los españoles que, como los valencianos, andaluces y canarios vivimos a un tiro de piedra de un enigma que ya no nos podemos permitir, pues estaremos tratando de ocultar el sol con las manos, a la luz de la xenofobia que vuelve, como hace quinientos años, con los nacionalismos y los brotes de fascismo e intolerancia. Acaso ese tiempo no de la integración sino del respeto a la diferencia es la deuda principal de esta escultura neoclásica que entiende la modernidad como un vestigio, un naufragio. Asi que hemos de volver a plantear y responder las cuestiones aplazadas por la guerra, superando el “nuevo” discurso depresivo existencialista provocado por el desmoronamiento del socialismo de Estado en Europa y la necesidad imperiosa de la “glasnot” en el seno del capitalismo salvaje, que se ha adueñado de los medios de comunicación y por ende de nuestras conciencias. El final de la simulación a la que asistimos en las sociedades informáticas no sólo anuncia la superfície reventada y el ocaso de la estructura sino también la realidad virtual en el mercado, la inercia electrónica a la que los “bárbaros” también quieren tener acceso, el sueño del deseo satisfecho.
Estas deducciones derivadas de la reflexión formal que nos propone L.E. contestan tanto a la realidad como al discurso de este final del segundo milenio. Pero no intento indicar con ello que se trata de un revisionismo conservador, ni que está en función de esta celebración cristiana u otro más cercana, sino que incorpora elementos de urgencia.

Estos hierros son verdaderos restos de un naufragio del tiempo, de la historia, en astilleros/cementerios ineludibles al regreso provisional o definitivo y son también, una lectura de nuestros fragmentos reciclados, de nuestra diferencia fuertemente significada por el simbolismo y el modernismo, primero y por el surrealismo y el conceptualismo, después. Este reciclaje, además, añade un mecanismo azaroso en la selección de las piezas encontradas en los astilleros.

Na-ÀNIMI II. 1992. Hierro. Colección Gobierno de Canarias.

Sin embargo, nada pone en cuestión la significación europea de nuestra cultura; muy al contrario, nuestra cultura (heredera de la conquista europea de las islas) tiene los mismos años que el viaje colombino. Somos, pues, hijos de la cultura cristiana, de la inquisición que nos ha
mantenido de espaldas -aunque no sin relación- a las culturas bereberes y subsaharianas con las que es urgente incrementar nuestro contacto.

Estas resonancias históricas de la escultura de L.E., son, en este sentido, la propuesta perceptual más coherente desde el “Homúnculo” de Millares y el “Afrocán” de Martín Chirino que, de algún modo, completa y, asimismo, da salida a las proposiciones conceptuales heredadas, en su obra anterior, de Juan Hidalgo.

Desde esta ambiciosa pero lograda materialización que implica tanto la dirección plástica como conceptual de las diferencias estéticas de nuestra cultura, la escultura de L.E. se erige como expresión mestiza que incorpora tanto la memoria histórica como geográfica y celebra esta conjunción sin complejos de inferioridad, pero también sin resentimientos y frustraciones, sin necesidad de tecnificar el mito sustituyendo el futuro por el pasado convenientemente manipulado. En este sentido, la escultura de L.E. establece los parámetros actuales del debate de nuestra cultura en términos que corresponden a nuestro tiempo lleno de incógnitas pero también de experiencia, y conocimiento, más allá de los poderes ocultos que atenazan por oscuros intereses su presencia.

LAS HUELLAS DE UN RECORRIDO

 

Orlando Franco

A comienzos de los años 70 el panorama artístico canario se hallaba en un frustrante desfase respecto a la realidad plástica contemporánea; si bien es cierto que la existencia de alguna personalidad de indudable significación provocaba que este terreno no fuese absolutamente estéril.

Las señas particulares más reconocidas de la plástica canaria se encontraban en manos de artístas que habían decidido ausentarse de las islas con el fin de eludir una situación secularmente inerte: Manuel Millares, Juan Hidalgo, Manuel Padorno y Martín Chirino son claros ejemplos de este fenómeno.

Con la llegada de los 70 y bajo unas condiciones sociales, políticas y económicas diferentes se produce la irrupción de un colectivo de jóvenes que con una gran firmeza detentaban el germen de una renovación imprescindible. Con ellos el panorama artístico se transforma: desde un principio tuvieron la intención de acudir a las fuentes de la contemporaneidad para que en ellas fructificasen sus diferentes poéticas.

Dibujo proyecto Oekoume para Sala Muncunill. 1987. Terrassa. Barcelona.

La búsqueda de la autonomía del lenguaje artístico en los años 70 abrió una nueva concepción del arte en Canarias. Nuevas premisas vendrían a avalar la singularidad del proyecto. Las 0pciones que patentizan esta búsqueda se hayan cimentadas, como ya dije, en las raíces mismas del arte contemporáneo: se caracterizan por la atención puesta a los problemas que afectan a la condición lingüística de la obra de arte, destruyendo los códigos establecidos, creando nuevos sistemas de signos y cuestionando la naturaleza misma de su arte. Surgen con fuerza en el panorama canario los elementos nuevos del vocabulario artístico, señales inequívocas de la capacidad de estos artistas para ligarse al arte de nuestro tiempo, lo que les convierte en protagonistas de una ruptura en el contexto histórico de nuestro archipiélago.

Por supuesto, como no podría dejar de ser, el tiempo transcurrido ha significado una auténtica criba al tiempo que ha demarcado actitudes: no todos los artistas que surgieron en las 70 en Canarias despiertan hoy con sus obras igual interés. Muchos de los artistas que irrumpieron en los 70 plantean actualmente sus discursos introduciendo en ellos formas nostálgicas sin capacidad para relacionarse con el mundo actual, convirtiéndose en reconstrucciones banales y anacrónicas que no aportan nada en su mimetismo estéril. Frente a ellos se constata la pervivencia de artistas cuya actuación fue determinante en la formación de la mentalidad plástica contemporánea canaria y cuyas propuestas estéticas mantienen, aún hoy, toda su vigencia expresiva.

Leopoldo Emperador es uno de estos últimos artistas que más se han significado a través de su obra, como uno de los más audaces, renovadores y comprometidos con el rechazo frente a la obsolescencia de las imágenes artísticas heredadas.

Emperador basa su proyección estética en dos fundamentos esenciales y novedosos en el contexto insular. De un lado no concibe la obra artística limitada a la superficie de la tela o al volúmen escultórico denotando a su vez una preocupación por intervenir en el espacio; al asumir estos postulados rompe totalmente con el sentido tradicional de la obra de arte donde un cuadro es siempre una superficie pintada y su forma ideal es el plano y una escultura es siempre un volúmen plástico y su forma ideal es siempre la esfera. Con ello irrumpe en Canarias un nuevo ideario artístico que plantea como premisa apriorística destruir la ficción espacial de la escultura y la pintura.

Por otro lado, el interés generado hacia los nuevos descubrimientos de la ciencia y de la técnica posibilita la inclusión, como elementos artísticos, de fenómenos producidos industrialmente y hasta entonces sin consideración estética. En este sentido, Leopoldo Emperador ha comprendido que en el campo del arte el cientifismo ha podido exaltarse al más alto grado, ya que, a través del arte el hombre siempre ha manifestado electivamente sus supremos intereses espirituales, esto es, ha cristalizado ciertos “valores absolutos” de su historia; son, estas premisas fundamentales de las que nace un nuevo modo de considerar y practicar el arte. Si las nuevas técnicas racionales han hecho posible nuevas concepciones estéticas estrechamente ligadas a las científicas, han hecho posible también nuevos modos de fruición artística. Se trata de operar de tal modo que sea siempre el arte quien dirija las propias determinaciones: privilegiando, no tanto el concepto de mecanización por sí misma, como el de mecanización aplicada al arte, su empleo artístico. Es este modo de aplicación el que Leopoldo Emperador prima  en su obra desde los inicios, consolidando en ella la presencia de la luz artificial mediante el uso del neón, el fluorescente   de manera similar a la obra de destacados artistas Dan Flavin, Keith Sonnier, Richard Serra,…- que la incorporan como elementos de sus respectivos lenguajes.

Una vez asumidas sus preocupaciones estéticas, el artista ha mantenido esta línea de intervención adaptando materiales y objetos que contribuyen a dinamizar su proyecto creativo. Leopoldo Emperador ha conseguido, a partir de sus composiciones, dejar hablar al neón con su propio lenguaje, el de la luz, presentándolo en toda su desnudez plástica, haciéndolo participar del mundo pictórico como una línea más, como otro color. Además, la incorporación del elemento natural (almagre en un caso, ramas, hierbas o incluso pieles, en otros) posibilita el desarrollo de un discurso diferente de lo puramente tecnológico-industrial configurando, mediante el contraste artificio-naturaleza, una significación ambigua y polisémica.

Previamente al encuentro con el neón había experimentado con el tubo fluorescente (Inner Light, 1979) pero fue abandonado por los límites que imponía: limites en cuanto a forma y color que perjudicaban la intencionalidad. Consecuencia de ello es el giro que experimenta su interés hacia las posibilidades del neón. El mismo explica que fue leyendo a Aldo Pellegrini y sus teorías sobre los nuevos signos, los que propiciaron esta transformación. A la rigidez del fluorescente expone las posibilidades de plasmar en sí mismo la caligrafía, el grafismo y la intención.

Con el tiempo se observa como el artista va estableciendo una mayor flexibilidad relacional entre los materiales y objetos a los cuales desplaza de su significante cotidiano. Ello se observa claramente en la muestra individual “Albero” (Galería Vegueta, 1980): un bosque de árboles esquematizados mediante sutiles líneas de luz que surgían de pequeños montes de tierra. Obra de gran carga conceptual donde el tema desarrollado se centra en el elemento antropológico, en el rescate de la simbología primitiva. La obra se presentaba como “esculturas”, destacando la unicidad de las piezas, fragmentando anteriores estructuras y conservando ese diálogo aséptico entre elementos naturales y elementos artificiales. Se perfilaba claramente el significante ambiental con premisas que establecían una función escultórica como componente del espacio.

El siguiente estadio de su obra tiende a establecer un lenguaje visual, una especie de signos ideográficos en el grafismo de los cuales línea, luz, color y movimiento son una misma entidad. Estas “Electrografías” eran dibujos lumínicos dispuestos para ser vistos en la oscuridad, adquiriendo mayor belleza e independencia, dejando de estar influenciados por el entorno para adquirir una total individualización y existencia por sí mismas. Con ellas, Leopoldo Emperador configura una obra en la que los reflejos, los planos, los  ángulos crean formas sometidas a variaciones casi infinitas.

Las “Electrografías” suponen en el contexto general de la obra del artista una etapa transitoria: el discurso se halla constreñido en los límites impuestos por el elemento tecnológico; el elemento natural desaparece. La preocupación estética se halla relacionada con la búsqueda de un discurso tecnológico autónomo, discurso que se bifurca en una doble dirección: uno primero que podríamos definir como constructiva, emparentado con las tendencias minimal y un segundo que se dirige hacia un mundo sígnico más propiamente “expresionista”, espontáneo y sin sujeciones premeditadas, lo que ha venido a llamar Zaya ” la tinta y el pincel en progreso”.

Después de esta etapa de investigación exclusivamente centrada en la definición tecnológica, sus planteamientos se encaminan a establecer nuevamente unas estructuras de relación entre tubos de neón, materiales naturales y materiales artificiales que resquebrajan el discurso meramente técnico. Es una obra que no se concreta en la colocación de una pieza, sino que se extiende sutilmente constituyéndose en pequeñas instalaciones “Mesas” (1982). Vuelve a utilizar elementos que no se inscriben dentro de las materiales tradicionales del arte  – tierra, ramas secas, frutas,… –  que no ocultan su filiación conceptual y su emparentamiento con el movimiento povera. El sentido de la obra versa sobre “la naturaleza como artificio y el artificio como naturaleza”.

¿Que significa esto?. Emperador ha incorporado a la frialdad del material tecnológico la interrupción de la naturaleza, en un intento de destruir la linealidad técnica, distanciada, aséptica, con la aparición de lo súbito. La utilización, por un lado, de varillas de madera, hilo y pintura acrílica; neón, cristal y una base metálica geométrica y, por otro, elementos naturales como ramas, frutas, plantas   consiguen el máximo contraste lo que provoca una sensación extraña, diferente, entre mecánica y voluptuosa. El espectador lee lo cotidiano ahora extrañado, vaciado, iluminado. Es un arte de síntesis con un componente irónico que no se debe desdeñar: el ver de otra forma.

El neón como nexo formal que define su obra evoluciona conceptualmente y su interpretación en el contexto general de su producción no responde a un sentido estético o unitario, sino que se le va dotando, a medida que su poética se transforma, de nuevos significados que amplifican la significación última de lo expuesto. En este sentido el neón llega a alcanzar valoraciones de tipo textual: él mismo inscribe y connota el texto de la obra enfatizando aspectos semánticos como elemento lingüístico de primer orden en la concepción genérica de las piezas.

 Hacia 1985 se detecta una nueva etapa. La obra que la nutre es identificable por el uso obsesivo de los elementos genuinos en su trayectoria: el elemento artificial (neón) y el elemento natural (pieles), aunque ‚estos no actúan de un modo excluyente en la identificación formal de sus producciones. Los resultados giran en torno a estos dos componentes que consolidan ese interés por enfrentar elementos contrarios al tiempo que se percibe una preocupación por incidir en una cierta definición de la estética de lo urbano y sus contradicciones. Es el uso del neón sometido a las últimas consecuencias: de su descontextualización deviene su capacidad de humanización.

También últimamente Emperador ha sentido, a veces, la necesidad de recuperar el soporte plástico tradicional, la marca física del cuadro, impulsado por un afán de redescubrir la sensualidad de la materia pictórica “Letx=x” (1982); “Lo que nos quedó de la noche” (1985). En este sentido se evidencia una transgresión, como hecho volutivo y método de trabajo, respecto a su proceso creativo; sin embargo, también es evidente que la concepción final permanece inalterable: es la luz y el espacio junto al color los elementos que fundamentan esta reflexión plástica. Existe, por lo tanto, una identificación con sus postulados genéricos.

La obra se materializa a través de unos componentes que de alguna manera poseen una relación íntima con el artista; se hallan provistos de unas connotaciones simbólicas que le subyugan. La memoria recupera la función activa en su papel de catalizador artístico. La reflexión del espacio y de la luz se encuentra centrada en un contexto determinado y concreto: la idea del desierto; la aridez junto a la presencia de la ausencia; el vacío dotado de significación telúrica; Es la geografía “ideal” de la memoria la que dota de potencialidad expresiva a la obra. “AlisiolHorizontal” (1987).

El sentido experimental mantiene su puesto privilegiado. Esta concepción no implica abjurar de su sincretismo característico: algunas de estas obras se totalizan en el montaje y éste está conformado además de los elementos estrictamente pictóricos  con  diversas  estructuras  o  “arquitecturas imaginarias”; es decir, que las constantes establecidas en la antinomia entre elementos naturales- elementos artificiales perviven y, aún más, acentúan su carácter en una visión cada vez más integradora.

 

Artista, Escultor